10. Valor

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Llevo dos días en cama, sin poder salir. Mi cabeza da mil vueltas, y por más que quiera, no puedo frenarla. Mi madre dice que es cuestión de tiempo, que viví una situación traumática y que es normal sentirse así y angustiarse, pero yo no soy de las que se quedan estancadas en lo que pasó. Suelo pararme, levantarme e intentar seguir adelante, pero esta vez se me ha hecho imposible, y eso es lo que más me angustia.

—Ya es hora de levantarse, cielo —mi madre me mueve mientras duermo.

Siento su voz en mis sueños, pero también sé que está pasando de verdad.

—Mmh... —me quejo—. Ya voy, ma —le murmuro, intentando despertarme.

—Ya es ya, Ainhoa. Además, tu novio vino a saludarte.

Me incorporo de golpe en la cama.

—¿Está aquí? —pregunto alterada mientras intento acomodar un poco la cama—. Dile que suba, ¿qué esperas?

—Cálmate conmigo, eh —mi madre me mira desafiante desde el borde de la cama.

—Lo siento, ma, ven —le doy un beso en la mejilla, sabiendo que eso la ablandará un poco.

Me mira, consciente de que ese beso fue un intento de disculpa por mi tono elevado. Camina hacia la puerta, y antes de que pueda abrirla, Álvaro golpea y asoma la cabeza sin esperar respuesta.

—Disculpe, ¿puedo ver a su hija? —dice, guiñándome un ojo.

Veo que trae un ramo de flores; es lo más dulce del mundo.

—Ah, sí, adelante, Álvaro —mi madre se hace a un lado para que pase y ella pueda salir—. Ojo con lo que hacen —añade inesperadamente.

—Ay, mamá, por favor —agarro un almohadón y se lo tiro—. ¡Vete!

Ella saca la lengua como una niña y cierra la puerta tras de sí. Álvaro deja las flores en mi escritorio y se sienta a mi lado en la cama. Me toma la mano, acariciándola con el pulgar. Siento que me mira con lástima, y eso me incomoda. Desde lo que pasó, él se ha preocupado más que nadie, siempre pendiente de mí, consultándome si necesito algo.

Con Aaron no he podido hablar desde lo ocurrido en la escuela, y eso que lo intenté. Lo llamé mil veces para hablar cuando las cosas se calmaron, pero simplemente desapareció, o tal vez necesita su espacio. Ya no sé. Supongo que para él también fue una situación difícil, no solo porque se peleó por mí con esos dos idiotas, sino porque parecía afectarle más de lo que debería. Lo vi muy angustiado.

—Puedes dejar de poner esa cara de trauma, eh —pongo mi mano en la mejilla de Álvaro—. Estoy bien, de verdad —le doy un beso corto en los labios.

—Ainhoa —baja la mirada y se queda en silencio por unos segundos—. No quiero dejarte ni un segundo más sola, ¿está claro? —suelta mi mano para agarrar las suyas, entrelazándolas con nerviosismo.

—Ya pasó, ¿sí? —coloco mi mano sobre las suyas.

Sé que a veces sufre ataques de ansiedad y suele estrujar sus manos, así que intento calmarlo en cuanto me doy cuenta.

—No, no pasó —me mira a los ojos, pero quita mi mano—. No es la primera vez que te ocurre esto, Ainhoa, ¿puedes entenderme a mí también?

Lo miro con el ceño fruncido.

—Espera un segundo, a mí me acaba de pasar esto, no a ti, así que cálmate —su expresión cambia de repente.

—¿Eres consciente de que si algo te ocurre puede afectar a la gente que te quiere también, cierto?

Pude haber sido yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora