20. El perdón

135 6 3
                                    

Definitivamente no debería haber tomado del vaso de ese chico en la casa de Logan. Por culpa de eso, me estoy yendo de la fiesta en la que tan bien me la estaba pasando. Desde que bebí, el mundo me da vueltas, y no en el buen sentido. Tal vez no debería irme sola, pero India se lo estaba pasando genial, y no quería arruinarle la fiesta yéndonos a las tres de la madrugada. Era demasiado temprano para irnos.

Recuerdo la voz de Álvaro preguntándome a dónde iba. La verdad es que no lo sé. Simplemente sentí una desesperación repentina por salir de allí lo más rápido posible.

Esto me pasa por tomar un vaso de una persona desconocida, que probablemente tenía alguna pastilla o una droga muy fuerte.

A lo lejos, fuera de la fiesta, veo un túnel oscuro. Las calles están llenas de patrullas con policías buscando a personas en mi estado, así que, en lugar de ir por la acera, decido tomar ese atajo, aunque el túnel esté completamente a oscuras.

Mis rodillas ya no funcionan y mis piernas están a punto de desistir. Solo quiero una cama, preferiblemente la mía. No estoy lejos de casa; voy a llegar rápido o, bueno, en este estado, quizás tarde el doble o el triple en llegar.

No sé por qué me drogué. Simplemente lo hice. Hasta hoy, solo había fumado y tomado alcohol; nunca había ingerido ninguna otra sustancia.

Empiezo a escuchar voces a lo lejos. Voces graves, masculinas, riéndose, pasándoselo bien, supongo, dentro del túnel.

Mi sentido de alerta se activa de inmediato. Quiero retroceder para salir de allí; no es bueno estar en este estado, siendo mujer y, encima, sola. Es una lástima tener que desconfiar así, pero mientras ellos caminan tranquilos, a nosotras, incluso estando sobrias, podrían hacernos daño. No está mal tomar precauciones. Empiezo a retroceder, pero tropiezo con una piedra que no vi en el suelo. Casi caigo, pero alguien me sujeta antes de que lo haga.

—Uy, linda —siento su aliento a alcohol muy cerca de mí—. Ten cuidado por donde caminas.

—Ya, gracias —me suelto bruscamente de su agarre y lo empujo para que me deje pasar.

Pero no tengo éxito, ya que me sujeta por el codo y me empuja contra la pared del túnel.

—Suéltame —le grito en la cara.

—Eh —levanta su dedo y lo apoya en mis labios—. Shhh.

El sonido me eriza la piel.

—¿Qué tenemos aquí? —escucho otra voz masculina detrás de él.

—No sé, no va a nuestra escuela —dice, mirándome de arriba a abajo antes de volverse hacia su amigo—. ¿De dónde eres?

—Chicos —noto las lágrimas asomarse—, ¿pueden dejarme ir? Una amiga me espera fuera.

—Yo no veo a nadie, ¿y tú? —le dice sarcásticamente a su amigo.

—No, yo tampoco —ríe con malicia.

La situación empieza a desesperarme. Quiero gritar, quiero hacerlo, pero cuando abro la boca para hacerlo, siento un golpe fuerte que aturde mis oídos. No siento mi cara, solo el dolor en mi cuello cuando mi cabeza se dobla hacia un lado.

Este gilipollas acaba de darme un puñetazo en la cara para que me calle.

El terror corre por mi cuerpo, y ahora sí que dejo caer las lágrimas por mis mejillas. Ya no es una simple broma; este chico acaba de pegarme, y muy fuerte.

—Déj...déjenme ir, por favor —digo, suplicando.

—Pero si recién llegas, princesa —dice en mi oído.

Pude haber sido yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora