34. Te quiero

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AINHOA

—¿Me piensas contestar?

—No tienes por qué responder mi teléfono —dice con una indiferencia que enciende mi frustración.

—Ah, claro, típico —respondo con sarcasmo—. ¿Crees que soy idiota?

—Nunca dije eso. No es lo que piensas.

—No sé qué pensar, por eso te estoy preguntando —doy un par de pasos hacia él, acercándome—. ¿Qué tienes que ver con esto?

Su mirada cambia, y puedo ver la ira y el desconcierto en sus ojos. La mandíbula se le tensa y su respiración se vuelve irregular.

—¿Qué quieres decir? —me toma del brazo con una fuerza inesperada—. ¿Estás insinuando que yo tuve algo que ver con lo que te pasó?

—No, yo no...

—Sí, lo insinuaste, Ainhoa —sus ojos se llenan de lágrimas, y siento el calor de su mano en mi brazo—. ¿Cómo te atreves a sugerir que yo podría estar involucrado en eso?

—Aaron, cálmate, me estás lastimando —coloco mi mano sobre la suya, tratando de liberar mi brazo.

La presión de su mano hace que mi brazo comience a latir con dolor. La desesperación en mi voz parece alarmarlo, porque retira su mano de mi brazo como si le quemara. Da un suspiro y se da la vuelta, pasándose la mano por la nuca.

—Perdóname, es que...—suspira—. Nunca podría estar involucrado en algo así, tienes que creerme —sigue de espaldas a mí.

—Me estás mintiendo, Aaron, siempre tuve la certeza de que algo no estaba bien.

—Si eres tan inteligente, ¿qué crees que estoy ocultando?

Se da la vuelta y me enfrenta. Su expresión es una mezcla de decepción, dolor y enojo, y sus palabras son un grito de desesperación.

—Vamos, habla ahora. Si estás tan seguro de lo que oculto, quiero saber qué piensas —me dice, su voz elevándose.

—No me grites —doy un par de pasos largos para estar frente a él—. Necesito una explicación, Aaron —mi angustia comienza a asomarse—. Tu obsesión con el tema de mi abuso, las coincidencias en las que apareces, sabes cosas que nunca te he contado, y sin embargo...—miro hacia abajo, negando con la cabeza—, no puedo desconfiar de ti.

Su rostro se ilumina con un destello de comprensión. Me mira a los ojos, y puedo ver las lágrimas cayendo por sus mejillas. El impulso de limpiar sus lágrimas es más fuerte que yo. Paso mi pulgar suavemente por su rostro, sintiendo la familiar electricidad y el aleteo de mariposas en mi estómago.

Me toma por las mejillas con ambas manos y acerca su frente a la mía. Empiezo a notar cómo su respiración se calma lentamente.

—No te estoy engañando, Ainhoa, lo juro. Nunca he hecho nada para hacerte daño —su labio tiembla y lo muerde, tratando de contener las emociones.

—Entonces dime qué está pasando. Hazme confiar en ti, que mi intuición de que jamás me lastimarías es cierta, y que no me estás mintiendo —lo tomo por los hombros y le doy un beso corto pero significativo.

Nuestros besos ya no son solo excitación o deseo. Se han transformado en algo más profundo, más sentido, pero también más doloroso.

Aaron me aleja y comienza a caminar hacia la ventana de mi habitación, con las manos en los bolsillos. Su caminar es lento, como si estuviera buscando las palabras adecuadas o intentando evadir la situación.

Me acerco por detrás y lo abrazo por la cintura, sintiendo su tacto y notando cómo suspira.

—Los chicos que te molestaron en la puerta de la escuela... son los mismos que abusaron de ti esa noche.

Pude haber sido yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora