33. La farsa

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AARON

¿Quién habría imaginado que terminaría siendo su novio?

Lo más sorprendente de todo es que me siento... feliz. Nunca pensé que estaría tan contento con esta decisión. Me descubro sonriendo sin parar, mostrando los dientes, y ni siquiera me importa si parece ridículo.

Ver a Ainhoa feliz me da una paz inmensa. Saber todo lo que pasó, lo que tuvo que soportar, y todo lo que hice para intentar mantenerla lejos, aunque la lastimé en el proceso... Al final, parece que todo valió la pena.

Hoy fuimos a su casa para ver a su madre, y estaba bastante nervioso, porque ya nos conocíamos de antes.

De repente, la culpa regresa como un golpe inesperado. Tengo que aprender a dejarla ir, a disfrutar del presente. El pasado ya no está, es solo un recuerdo. Lo mejor que puedo hacer es dejarlo atrás.

—Tú eres Aaron, ¿cierto? —me dice, guiñando un ojo y extendiéndome la mano.

—El mismo, un placer —respondo, devolviendo el gesto.

Nos quedamos mirándonos, y lo que creí que fueron solo unos segundos, aparentemente fueron más.

—Oigan —dice Ainhoa, aplaudiendo para captar nuestra atención—. Relájense, me están asustando mirándose así.

No puedo evitar sonreír mientras la tomo por la cintura.

—Solo estaba admirando sus ojos, son muy bonitos, ¿no?

Sonrío, y Ainhoa me mira intensamente.

—Los más lindos del mundo.

Eres tú quien lo es.

Lo pienso, pero no lo digo.

Más tarde, subimos a su habitación. Estar allí me recordó la última vez que estuve en ese lugar, cuando la atracción que sentía por ella era tan intensa que casi me quemaba por dentro. Si la tocaba, sentía que me incendiaba, pero si no lo hacía, sentía que me desmoronaría por completo.

Nos sentamos en la cama, y mi mente se desconecta de sus palabras. Su voz se vuelve un murmullo lejano, mientras mis ojos se concentran en su boca, en sus labios carnosos, en sus pequeños dientes que parecen de niña. Miro su nariz, tan fina y perfecta, salpicada con algunas pecas. Pero mis ojos siempre vuelven a los suyos, oscuros y profundos. Cada vez que me miran, siento una corriente eléctrica que recorre mi cuerpo y, también, pensamientos de otras cosas que podría hacerle.

Contrólate, Aaron.

Ainhoa chasquea los dedos frente a mi rostro.

—Aaron.

—Mmh —regreso a la realidad.

—¿Dónde estabas?

—Si te digo que me quedé admirando cada parte de tu rostro, ¿me creerías?

—Claro que no.

—Entonces nada —los dos reímos.

Un silencio cálido se instala entre nosotros, y me pierdo en mis pensamientos, sintiendo una necesidad de acercarme más. Lentamente, llevo mi mano hacia la tirita de su top y empiezo a jugar con ella con suavidad.

Puedo escuchar cómo traga saliva, un sonido que revela su nerviosismo. Su cuerpo tiembla ligeramente bajo mi toque, pero no se aparta. La tensión en el aire es palpable, y cada movimiento mío parece amplificar su ansiedad y anticipacion.

Mis dedos siguen jugando con la tirita, subiendo y bajando, sintiendo el calor de su piel a través de la tela. Es un contacto tan simple, pero a la vez tan cargado de significado. En este pequeño acto, hay una mezcla de ternura, deseo, y algo más profundo que aún no puedo nombrar. Es como si, en este pequeño gesto, estuviera tratando de decirle todo lo que siento, todo lo que no sé cómo expresar con palabras.

Pude haber sido yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora