35. Pelea, pelea

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AARON

—Ya te pedí que dejes de llamarme y que mejor nos encontremos aquí —dije mientras la mesera dejaba los cafés sobre la mesa.

—Lo sé, Aaron, de verdad lo siento —respondió Kal, removiendo su café—. Jamás pensé que ella atendería.

Suspiré y asentí. Me quedé pensativo por un momento, mientras Kal mordía su medialuna. Yo solo seguía revolviendo mi café, sin hambre, con el estómago hecho un nudo.

—Ya pasó —dije finalmente, y Kal me miró—. ¿Alguna novedad?

Kal negó con la cabeza, claramente fastidiado. Sabía perfectamente que no me conformaba fácilmente.

—Te lo he dicho varias veces, no tienes acceso. No sé si eres sordo o simplemente te cuesta entenderlo.

—Quizá ambas —me encogí de hombros—. Necesito verles la cara y decirles lo miserables que son, que deseo que sufran cada minuto de lo que les quede.

—Sabes cómo funciona la justicia. Ojalá fuera tan sencillo.

—Tú eres la justicia —me reí, sin ganas—. Lo sabes, ¿no?

—Claro —Kal soltó una carcajada—, pero no soy yo quien decide las condenas.

—Es tan injusto todo, me da ganas de...

—Las ganas te las guardas —levantó la mano para detenerme—. Ya hicimos todo lo que pudimos. Deberías estar satisfecho.

Le miré a los ojos, reflexionando sobre lo que había dicho. ¿Debería sentirme satisfecho? Tal vez. ¿Conozco esa sensación? Apenas. Solo estaré verdaderamente en paz cuando vea a Ainhoa vivir tranquila, sin miedo, como cualquier chica de su edad debería.

Kal asintió, empujó su silla hacia atrás y se levantó.

—Tengo que volver al trabajo. Pero quédate tranquilo.

—No me digas qué hacer, Kal —repliqué, sacando mi billetera.

—Solo te lo advierto —se ajustó la chaqueta—. Ah, y pagas tú.

—Ja, ja, ja —me reí de manera forzada, tirando un billete sobre la mesa—. Vete al diablo.

AINHOA

Esta mañana, caminando por los pasillos de la escuela, siento que no soy yo la que controla mi cuerpo, como si alguien más me moviera. Apenas sé cómo llegué aquí. Estoy demasiado absorta en lo que me dijo Aaron ayer. Nada más ocupa mi mente.

Están presos.

Son los mismos que te acosaron en la puerta de la escuela.

Yo jamás haría algo así, Ainhoa.

Tienes que creerme.

Qué difícil es confiar en alguien cuando te han hecho tanto daño. Mi padre, desde que tengo memoria; esos dos chicos, que ojalá se pudran en la cárcel; Álvaro... Y lo peor de todo es que siento que soy yo quien atrae todo esto, que si solo pusiera límites o no me expusiera tanto, estaría mejor. No lo sé.

Después de la primera hora, voy a mi locker. Lo abro y meto la cabeza dentro, exhalando el aire que llevo atrapado en el pecho, deseando que todo desaparezca. Pero, por supuesto, el universo tiene otros planes.

—Ainhoa, ¿tienes un minuto?

Cierro el locker de golpe al oír esa voz. Al voltear, veo a una chica morena, de pelo corto, que me mira con esos ojos enormes que tanto destacan. Siento un calor recorriéndome la espalda.

—Sí —respondo, algo vacilante—. ¿Qué necesitas?

—Ay, perdón, qué tonta soy —dice antes de darme un beso torpe en la mejilla—. Soy Ailin, un gusto.

Pude haber sido yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora