39. Ahora si, la verdad

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AINHOA

No le he dicho nada a Aaron sobre lo que estoy a punto de hacer, y eso me llena de culpa. Miro por la ventana del coche y observo a la gente pasar: parejas, familias con niños, personas solas escuchando música o haciendo ejercicio. Veo cómo las hojas caen de los árboles y los pájaros vuelan en el cielo. Incluso me detengo a observar la forma de las nubes, tratando de encontrar un poco de tranquilidad.

Mi estómago está revuelto y no puedo evitar pensar que tal vez tenga un ataque de ansiedad. La palabra "quizás" es mi peor enemiga, porque es el recordatorio constante de que siempre existe la posibilidad de que algo salga mal... o no.

Que si, que no, que si, que no.

Cierro mis ojos y me enderezo en el asiento. Comienzo a respirar lentamente, inhalando en cuatro y exhalando en cuatro. Mis manos tiemblan y empiezo a entrelazarlas y retorcerlas para intentar calmarme. Me autoconvenzo de que nada está pasando, de que todo está bien, a pesar de que nada lo esté.

Siento una mano apoyada en mi hombro  y eso hace que abra mis ojos de repente, sacandome de mi burbuja.

Lo miro a los ojos.

—¿Esta lista señorita?

Asiento con la cabeza, creo que más para convencerme a mí misma que para decirle que sí a mi abogado.

—Lo estoy.

Automáticamente, mi abogado abre la puerta de su lado y baja del auto. Suspiro profunda y entrecortadamente, y me quito el sudor que se formó en mi frente hace un momento. Las respiraciones funcionaron porque ya estoy más calmada; siento mis piernas aflojarse, lo que siempre me pasa luego de estar tensa en un ataque de ansiedad. No importa la intensidad del ataque, siempre me sucede.

Pasa por mi mente el rostro de Aaron y esos bellos ojos que tiene. No puedo evitar sonreír, a pesar de estar cometiendo quizás la mayor locura de mi vida. Dudo entre si debería llamarlo o no, si debería contarle lo que estoy por hacer o simplemente verlo luego y comentárselo.

Mi abogado me toca el vidrio y señala su reloj; debo apurarme. Me decido por llamar a Aaron, tomo mi teléfono del bolsillo trasero y marco su número. Suena dos veces y al segundo tono atiende.

—Ainhoa, ¿pasó algo?

—Hola, ojos lindos.

—Ho-hola, ¿todo está bien?

—¿Tú estás bien? Te noto preocupado.

—Estoy perfecto, rubia, solo... con Alice, ayudándola con la tarea.

—¿Puedo confesarte algo?

—Lo que tú quieras.

—Me prende un poco imaginarte ayudando a Alice con su tarea, como un profesor.

Lo dije y no me arrepiento. Lo escucho respirar profundamente y decir algo en voz baja con su tono ronco, del otro lado del teléfono.

—¿Dónde estás? Paso a buscarte en este momento, rubia.

No puedo evitar reírme a carcajadas.

—No puedo, estoy ocupada, pero cuando esté libre, podremos vernos.

—Perfecto, nos vemos luego entonces.

—Sí...—hago una breve pausa, pensando en qué decir—. Y otra cosa.

La culpa se instala en mi pecho; no me gusta mentirle.

—¿Estás bien? Te escucho triste, dime qué pasa.

—Estoy bien, solo... te amo, Aaron.

Cierro los ojos apretándolos fuertemente. Muero de vergüenza por haberle dicho esas dos palabras, y encima por teléfono, pero tenía la necesidad de decírselo. Estoy súper asustada y vulnerable en este momento, y lo necesito más que nunca.

Pude haber sido yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora