7 . Alice

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Una semana antes

AARON

La realidad se me cae encima como una bolsa de cemento de mil toneladas.

Trato de seguir adelante y mantener una actitud positiva, pero hay veces en que uno no puede avanzar, no importa cuánta voluntad le ponga.

Llego a casa después de la escuela, y ahí los veo: felices, en sus trabajos soñados, ambos escribiendo en sus computadoras y atendiendo llamadas. Luego aparece ella, con esa sonrisa que ilumina mis días, esa energía que hace que todo sea un poquito mejor.

—¡Aaron! —grita Alice, levantándose de la mesa en cuanto cierro la puerta de entrada, y corre hacia mí.

—¿Cómo estás, pequeña demonio? —le revuelvo el cabello un poco antes de levantarla en brazos para un abrazo fuerte.

Siento una conexión inmensa con Alice.

Mientras la abrazo, percibo su aroma a recién bañada, ese olor a bebé que, aunque ya tiene 5 años, sigue presente en ella. La separo de mí y veo la ilusión en sus ojos, mientras escondo mi otra mano detrás de mí. Ella sabe que, cada día después de la escuela, le traigo un regalo diferente. Ver su sonrisa es lo que me impulsa a hacerlo.

Es increíble cómo una niña tan pequeña puede estar tan llena de luz y sacarme del pozo más oscuro. Por eso le traigo estos regalos, porque sigue siendo una niña, y su alegría es mi forma de agradecerle por no dejarme solo.

—¿Estás lista? —le pregunto, y ella me mira expectante.

—Sí, Aaron, bájame ya y dime qué es, p-porfa-favor —me dice mientras patalea para que la baje.

—Bueno, princesita, su palabra es una orden —la bajo, y la dejo frente a mí mientras saco despacio mi mano de detrás de mí y le entrego su regalo.

Se lo muestro y su carita se ilumina. Es un collar de Moana, la princesa de Disney que tanto le gusta. Es una especie de piedra mágica o algo así. Solo pedí algo de Moana en la juguetería y me dieron esto; no tengo idea de lo que me explicaba la chica sobre la película y el collar.

—¡Me encanta, Aaron! Mu-muchas gracias, hermanito —se acerca a mí y me abraza la pierna, mientras yo le acaricio su cabecita castaña.

Me agacho para estar a su altura.

—Te lo mereces, Alice. Estás siendo una chica muy, muy buena conmigo, así que ya sabes... —ella me mira con atención—. Pórtate siempre así de bien, y vendrán muchos regalos más.

Le doy un beso en la mejilla, y empiezo a hacerle cosquillas mientras la persigo por toda la casa hasta llegar a la cocina, donde están Robert y Patricia.

—Chicos, por favor, no corran en la cocina mientras estamos trabajando —exclama Patricia con una cara amargada—. ¿Tú no vas a decir nada? —le pregunta a Robert, fulminándolo con la mirada.

—¿Qué quieres que diga, amor? —le da un beso corto en los labios y le acaricia la espalda mientras habla—. Son chicos, solo están jugando. —Luego nos mira a nosotros—. Y ustedes dos...

—¡Corre, Alice! —le grito a la pequeña para salir corriendo antes de que nos regañen.

—¿Qu-qué? ¡Espérame! —viene detrás de mí.

—Que no nos atrapen, princesa —le digo mientras subimos corriendo las escaleras.

Al llegar a la planta alta de la casa, me escondo detrás de una columna, sabiendo que Alice va mucho más lento que yo. Cuando finalmente sube y no me ve, la pobre comienza a llorar. Me siento culpable de inmediato y salgo corriendo de mi escondite para abrazarla con fuerza.

Pude haber sido yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora