8. Fin de fiesta

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AINHOA

Me quedé sentada a su lado, esperando alguna respuesta, pero Aaron no decía nada. Tenía la mirada fija, como si estuviera enfadado o molesto por algo, quizá por el alcohol que todos habíamos ingerido en la fiesta.

—¿No me escuchas? —lo empujé suavemente con el hombro, intentando romper el silencio.

—¿Dónde está tu novio? —preguntó de repente, sin siquiera mirarme.

Seguía mirando hacia adelante, dando pequeños sorbos a su vaso de cerveza, sin ninguna intención de encontrarse con mi mirada.

—¿Es en serio? —bufé, revoleando los ojos—. Después de una semana y media sin verte, lo único que tienes para decirme es preguntar por Álvaro.

Suspiró profundamente, bajando la cabeza para arrancar mechones de pasto del suelo, evitando responderme. Su indiferencia no es lo que más me molesta; es la preocupación que no puedo evitar sentir por alguien que ha desaparecido sin aviso. .

—Bueno —me levanté del tronco improvisado que usábamos como asiento—, nos vemos en la escuela, Aaron —dije, con un tono de enfado.

Estaba a punto de irme cuando sentí su mano agarrar mi brazo, tirando de mí para que volviera a sentarme junto a él.

—¿Qué decías? —pregunté en tono de broma, y él esbozó una pequeña sonrisa.

—No es contigo, Rubia —dijo, usando ese apodo que tanto le gustaba—. Son cosas de la vida, ya sabes... —se trabó un poco, como si le costara encontrar las palabras—. Me cuesta abrirme y hablar, eso es todo.

—¿Debería preocuparme? —pregunté, colocando mi mano en su hombro. Él finalmente me miró a los ojos.

—Solo preocúpate como si yo fuera un extraño.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Nada, no te preocupes por mí. Puedo manejarlo solo.

Claro, como si eso fuera cierto.

Nos quedamos en silencio nuevamente, con el calor de la fogata iluminando sus ojos verdes. En ese momento, vi a Aaron de una forma diferente, como si el chico arrogante hubiera desaparecido, dejando ver a alguien que, aunque no lo admitiera, estaba pidiendo ayuda desesperadamente.

Desvié la mirada, soltando una tos torpe para romper la tensión.

—¿Te estás divirtiendo? Yo no soy muy de fiestas... bueno, lo era... —me quedé callada, atrapada en mis propios pensamientos—, pero ahora estoy tratando de disfrutar.

—Hablas mucho, ¿no?

Estaba a punto de enfurecerme, pero entonces noté cómo Aaron elevaba la comisura de sus labios, formando una pequeña sonrisa.

—Estoy bromeando contigo. Me gusta escucharte —dijo, sorprendiéndome—. Y sí, la estoy pasando genial. Ya ni siquiera recuerdo mi nombre de todo lo que he bebido aquí, sentado solo.

—Yo tampoco —respondí, y ambos empezamos a reírnos, como si hubiéramos contado el chiste más gracioso del mundo.

Seguimos charlando sobre cualquier cosa que se nos ocurriera, fueran temas con sentido o completamente absurdos. Habíamos hablado más en esa hora y media que en todos los días que pasamos en la escuela o trabajando en el proyecto. Por cierto, nos fue bien gracias a mí. Me sentía a gusto con él, como si nos conociéramos de toda la vida y pudiera confiarle cualquier cosa. Sé que suena precipitado y quizás un poco loco, pero también siento que a él le pasa lo mismo.

—¡AINHOAAA!

Me giré de inmediato al escuchar mi nombre y vi a India llamándome como una loca fan, hasta que tropezó y cayó al suelo por quinta vez en la noche. No pude evitar reírme a carcajadas, tan fuerte que me quedé paralizada, incapaz de ir a ayudarla. Pero Aaron sí reaccionó; se levantó rápidamente y fue a socorrerla.

Pude haber sido yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora