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Se dice que el destino tiene voz propia y que su llamado cuenta con una y mil formas de arrastrarnos violentamente de vuelta al sitio en el que las estrellas han escrito el arco final de nuestra historia, aunque realmente su trabajo es sólo brindarnos el empujón que hace falta para que cada mitad perdida tome el valor suficiente para forjar su propio camino.

La nostálgica sonrisa que Horacio esbozó al entrar de nuevo a su antigua casa era casi tan brillante como su esponjada cresta platinada.

Entornó los ojos al reparar en la caja de pizza con restos de pan a medio comer acumulados sobre la encimera de la cocina y las latas de cerveza dispuestas en el salón frente al televisor; su hermano era un perezoso incorregible.

Por suerte no permanecería en ese sitio más de lo necesario.

Sin más arrastró su equipaje hasta la que solía ser su habitación durante su adolescencia, dispuesto a tomar una relajante ducha que le vendría demasiado bien después de un largo viaje en autopista, más antes de ser capaz siquiera de poner un pie dentro se vio forzado a retroceder bajo la amenaza de pisar a alguno de sus dos diminutos acompañantes.

Exhaló una risa divertida y enternecida a la par cuando su mirada recayó en su versión pequeñita tomando la mano de tiny Volkov para juntos correr hacia la enorme cama al centro del ático.

Aún podía recordar la última vez que estuvo en aquel sitio, su premura al empacar sus pertenencias antes de partir hacia la academia que le vio convertirse en el hombre que era hoy día y el último adiós al cúmulo de recuerdos concernientes a su adolescencia.

En definitiva aquella casa —por no llamarla mansión dadas sus proporciones— albergaba demasiada historia entre sus muros.

Perdió la noción de cuánto tiempo se mantuvo bajo el tibio flujo del agua, pero sin ánimo de llegar tarde se apresuró a cerrar el grifo, envolver una toalla sobre su cadera y colocar una más sobre sus hombros que más tarde utilizaría para su cabello. Con su diestra retiró el vaho que empañaba su reflejo en el amplio espejo dispuesto sobre el lavamanos y sonrió ante lo que veía al otro lado de aquel cristal.

El transcurso del tiempo sí que había hecho su trabajo, pero no de mala forma pues para tener 27 años Horacio se consideraba en su mejor etapa, aplicando tal término a todos los sentidos posibles a excepción del sentimental por supuesto.

Apenas salió del cuarto de baño se encaminó directamente hasta la cama para tomar una de las tantas valijas que había traído consigo, más olvidó su cometido al toparse de frente con el motivo de su estancia en ese lugar después de tantos años viviendo en NY.

Sonrió para sí justo como llevaba haciendo las últimas horas mientras admiraba con genuina ilusión el bonito membrete de aquella invitación de bodas.

Era increíble lo que atrapar un simple ramo podía desencadenar.

Por supuesto él no era fanático de dichas celebraciones, pero acudir a una cuando menos dos veces al año era lo que conllevaba atravesar la odiosa etapa en la que todos aquellos con los que compartía edad unían su vida a la de otra persona.

» 𝐼 𝑓𝑜𝑢𝑛𝑑 𝑦𝑜𝑢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora