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𝚁𝚎𝚙𝚛𝚘𝚍𝚞𝚌𝚒𝚛 𝚌𝚊𝚗𝚌𝚒𝚘́𝚗 𝚌𝚞𝚊𝚗𝚍𝚘 𝚜𝚎 𝚒𝚗𝚍𝚒𝚚𝚞𝚎 𝚊𝚋𝚊𝚓𝚒𝚝𝚘
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Uno, dos, tres suspiros.

Era la centésima vez que repasaba su aspecto en el espejo y aún sentía que algo más faltaba... que algo en él era diferente.

La ansiedad se hacía presente, le devolvía la mirada en su reflejo.

Usar corbata era sofocante, los botones dorados de su camisa blanca estaban demasiado ajustados y, por alguna extraña razón, sentía la imperante necesidad de añadir algo de color a su habitual conjunto monocromático, pero Volkov no cedió a tal impulso liberal.

No podría usar ropa que no le pertenecía, aquellas eran prendas de Horacio que coloreaban la mitad de su armario, pero nada más pues, desde su pelea, no se sentía con el derecho de volver a utilizarlas.

—¿Estás listo? —preguntó Greco a sus espaldas.

Al volverse hacia él Volkov únicamente se limitó a asentir como respuesta.

—Hmm... —el castaño sostuvo su mentón en un ademán pensativo y miró a su colega de arriba a abajo con los ojos entrecerrados —Falta algo más. Abre los brazos.

El ruso no se molestó en ocultar su desconcierto y preguntó. —¿Para qué?

—Tú hazme caso —insistió el adverso.

Vacilante, el comisario obedeció la orden y soltó un sorpresivo jadeo en el momento en el que Rodriguez lo abrazó.

—No estás solo, Volkov —le susurró.

Inesperadamente sentía el corazón más ligero sabiendo que tenía alguien cuidando su espalda, alguien que juntaría sus rescoldos cada vez que se rompiera en uno y mil pedazos.

—Lo harás bien.

Por primera vez sus barreras flaquearon.

—¿Cómo lo sabes?

Greco rió en voz alta como si la respuesta fuera demasiado obvia y colocó su palma sobre su hombro en un reconfortante gesto.

—Porque mereces ser feliz. —respondió.

En ese momento Viktor sintió que tal vez podría creer en esa mentira una vez más, así que sonrió amplia y hermosamente como nunca antes había hecho frente a nadie más que Horacio.

Al girar sobre sus talones Greco le miró de nuevo y ladeó la cabeza en un ademán de que le siguiera.

—Andando —le obsequió un fugaz guiño y una sonrisa de medio lado.

Así, el comisario de hielo salió de su apartamento dejando a todos y cada uno de sus miedos detrás, dispersándose y siendo consumidos por el abrasador sol que marcaba un nuevo día.

Fue entonces cuando la cuenta regresiva comenzó.

Dentro del deportivo negro que le pertenecía Volkov sentía la garganta seca, sus dedos se ceñían con fuerza sobre el volante y sus palmas resbalaban contra la superficie de cuero de los guantes que las recubrían.

Estaba nervioso.

Repentinamente el desconcierto floreció en el rostro del segundo comisario cuando aquel de ascendencia rusa aparcó repentinamente frente la cafetería que tanto se había esforzado por evitar durante las últimas semanas.

Treinta minutos más tarde una sonrisa cómplice fue oculta tras girar se en dirección a la ventana cuando Volkov volvió al auto sosteniendo un chocolate caliente con una carita feliz pintada a un costado del vaso y una bolsita de papel en cuyo frente se leía un "lo siento" garabateado en perfecta cursiva.

» 𝐼 𝑓𝑜𝑢𝑛𝑑 𝑦𝑜𝑢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora