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«𝚁𝚎𝚙𝚛𝚘𝚍𝚞𝚌𝚒𝚛 𝚌𝚊𝚗𝚌𝚒𝚘́𝚗 𝚌𝚞𝚊𝚗𝚍𝚘 𝚜𝚎 𝚒𝚗𝚍𝚒𝚚𝚞𝚎 𝚖𝚊́𝚜 𝚊𝚋𝚊𝚓𝚒𝚝𝚘»
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Las gotas caían una tras otra, se deslizaban en una carrera infinita sobre el amplio cristal que recubría el salón del apartamento.

Hipnotizado, Horacio mantenía la mirada fija en el nublado paisaje frente a él. Se abrazaba a sí mismo y el vaho de su gélido aliento contrastaba de lleno sobre el enorme ventanal. Tenía frío, aunque titiritaba de nervios también, pues aquella era la primera vez que ponía un pie dentro del departamento de Viktor.

—Ya he encendido la calefacción —anunció el ruso a sus espaldas después de colocarle una toalla sobre los hombros y envolverlo con ella cual niño pequeño —Deberías tomar una ducha caliente. Te llevaré a casa cuando termine de llover, o... e-en todo caso... podrías qu-quedarte si tú quieres.

Ante su osada propuesta sus mejillas se colorearon de un adorable rosita que ascendía lentamente hasta sus orejas.

Volkov también estaba nervioso, no sólo por el hecho de tener a alguien a demás de Greco en su hogar, sino por verse incapaz de apartar la vista de la empapada ropa de playa que se ceñía sobre el trabajado cuerpo del federal. 

—Eso... me gustaría, la verdad —respondió el adverso sin pensárselo demasiado, aunque ciertas implicaciones le hacían ruido en la cabeza.

—V-vale —asintió levemente antes de retroceder un par de pasos o, de lo contrario, le besaría ahí mismo tal cual se encontraban y ambos pillarían un resfriado —entonces... iré a por algo de ropa para ti, sígueme por aquí.

Contrario a lo que parecía a simple vista, Viktor carecía de intenciones impuras, por lo que al final guió de la mano al federal hasta la habitación de huéspedes y, una vez que el sonido de agua contrastando contra el suelo resonó al otro lado de la puerta, se dirijo a la propia en busca de una muda de ropa, justo como prometió.

Tan pronto como entró, sus bonitos ojos no pudieron evitar enfocar la enorme cápsula que aún descansaba bajo la ventana, más en lugar de ceder al llanto esta vez esbozó una sonrisa cohibida y le dio la espalda sin más, dirigiéndose a las puertas corredizas de su armario.

Al ver los vestigios de su destinado amor perdido Volkov ya no sentía pena o tristeza alguna, el corazón dejó de pesarle hace tiempo y la amarga nostalgia no le robaba más el sueño. Todo gracias a Daniel Hope, el nuevo dueño de sus anhelos.

Vaya cruel ironía.

Naturalmente, con todas las salidas y esporádicas citas que compartieron, Volkov se hizo de una amplia colección de coloridas hoodies y chaquetas que no le pertenecían, más la imperante necesidad de ver a Hache usando su ropa terminó por gobernarle.

Al final, volvió a la habitación de huéspedes con una sudadera negra en mano, un pantalón de pijama del mismo color que la prenda anterior y las mismas medias de estrellitas que el federal le prestó aquella vez en que se quedaron dormidos a mitad del bosque.

Cualquiera pensaría que después de dejar la muda sobre la cama, el comisario habría tomado una ducha también, pero en su lugar se dirijo rápidamente a la cocina. Tal vez no tenía los bombones preferidos de Hache consigo, pero sí que contaba con los ingredientes suficientes como para preparar chocolate caliente.

El reconfortante vapor de la bebida y la calefacción encendida le abrigaron lo suficiente como para olvidar su ropa mojada, aunque probablemente tardó más de lo previsto, ya que una sorpresiva vocecita a sus espaldas le obligó a girarse en su dirección.

» 𝐼 𝑓𝑜𝑢𝑛𝑑 𝑦𝑜𝑢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora