»- 𝙴𝚙𝚒́𝚕𝚘𝚐𝚘 -«

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Entre un millar de cajas dos tinys corrían, molestándose el uno al otro incansablemente.

Sus risitas resonaban con eco en aquella enorme casa vacía y sus versiones más grandes sólo podían vacilar con cada paso por miedo a interponerse en su camino.

—Esta es la última. —dijo el comisario con una gran caja en brazos.

En ella se leía la leyenda "dormitorio" escrita en el frente con tinta indeleble, por lo que no era difícil adivinar su contenido.

Después de apilarla junto al resto, Volkov sacudió sus manos y se encaminó hacia aquel chico de cresta verde que, desde la cúspide de una escalera, intentaba colocar las cortinas nuevas sobre el marco de la ventana.

—Ten cuidado, no vayas a resbalar.

Contrario a sus palabras, el ruso sostuvo los bordes de la escalera con ambas manos y la sacudió ligeramente, ocasionando que su pareja se tambaleara sobre su sitio.

—¡Hey! ¡Eso es de perros, eh! —reprochó el moreno con cierto deje de pánico tintando su voz.

La misma broma se repitió un par de veces más hasta que, desesperado,  Horacio se volvió hacia él y se lanzó a sus brazos sin previo aviso. Entre risas los dos trastabillaron de un lado a otro intentando mantener el equilibrio para al final caer de espaldas sobre el sofá, uno sobre el otro.

Ninguno hizo por arreglar su postura, tal cual estaban bien podían verse de frente con tal sólo elevar el mentón.

Repentinamente, Viktor tomó entre sus dedos uno de los mechones verdes de su cabello y lo colocó detrás de la pañoleta blanca que le recogía el sudor de la frente.

—¿Seguro que estás bien mudándote aquí, conmigo? —cuestionó entonces.

—¿Enserio me lo preguntas? —replicó indignado el federal, alcanzando su móvil para llevar a cabo una mejor representación teatral. —Si quieres puedo volver a Nueva York ahora mismo, eh. Tomaré el primer vuelo que-

El comisario envolvió su mano y la aprisionó sobre su pecho, contrarrestando así toda oportunidad de reservar un avión que le permitiese huir lejos de él otra vez.

—Estoy muy feliz. —fue lo que dijo en un tono calmo y sereno que el adverso sintió casi como una caricia al alma.

Encandilado por su dulzura, sus largas pestañas revolotearon en el aire y, sin antes pedir permiso, Horacio le abrazó, recargando su mejilla sobre su amplio pecho.

—Viktor... en verdad me hacía ilusión mudarme contigo.

El francés no podía verla, pero una curva ladina se dibujó sobre sus finos labios de papel. El comisario sonreía dichoso.

—A mi también me hacía ilusión mudarme contigo.

«Así ya no tengo que extrañarte todo el tiempo» pensó, envolviendo a su sol en un cálido abrazo que duraría una eternidad.

Amar a distancia es para valientes, tal vez por eso ambos podían considerarse dignos de una medalla.

Ha pasado un año desde que están juntos oficialmente.

Fue un largo tiempo repleto de momentos dulces, así como también de una amarga espera que les supo a agonía, pero cada segundo valdría la pena.

A Horacio le tomó mas tiempo del que estimaba conseguir su traslado a la sede federal en la ciudad de Los Santos, esta vez de forma permanente.

Al principio sus superiores se mostraron reticentes en dejarle partir, después de todo él era uno de sus mejores elementos, un agente completo en todo aspecto y capaz de hacerle frente a cualquier investigación, pero cuando el director del buró a nivel nacional dio una orden directa de aprobación, cada objeción fue reemplazada por una triste despedida. 

» 𝐼 𝑓𝑜𝑢𝑛𝑑 𝑦𝑜𝑢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora