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La impaciencia del corazón en ocasiones nos ciega, consume el tiempo que nos rodea, nos sumerge en un abismo de deseo y añoranza.

Horacio miró la hora en su móvil una vez más antes de ocultar de nuevo sus manos dentro de la sudadera azul que le abrigaba y recargó la espalda contra su asiento.

«Cálmate. Llegará en cualquier instante.»

Movía nerviosamente la pierna bajo la mesa y su labio inferior ya ardía de tanto mantenerlo preso en un gesto ansioso.

«Todo estará bien. Sólo tienes que contarle la verdad.» se dijo a sí mismo.

A la vez Horacio recordó al par de revoltosos tinys que lo molestaron durante toda la noche a causa del inminente sonrojo que se negaba a desaparecer de su rostro. Ni siquiera necesitó compartir lo sucedido esa tarde con ellos para que ambos le descubrieran y aún así saltaron eufóricos hacia él para abrazarle cuando llegó a casa.

Sus esperanzas estaban por los cielos y para qué negarlo, las propias también.

¿Miedo?

Por supuesto que lo tenía, sin embargo, no había pedido a Viktor hablar con él únicamente para contarle la verdad. No, Horacio planeaba confesarse también y liberar por fin a todas aquellas mariposas que, fastidiosas, le revoloteaban en el estómago desde que regresó a la ciudad.

Confesarse.

Lo había hecho cientos de veces en un pasado y en ninguna de las anteriores se sentía como en aquel instante, con el corazón atorado en la garganta y unas inmensas ganas de volver el único sorbo que le dió a su espumoso chocolate caliente.

Cuando la campanilla de la cafetería anunció la llegada de un nuevo comensal tales insectos alados enloquecieron en su interior y un escalofrío recorrió su espalda apenas advirtió en la sutil mirada que el ruso le dedicaba desde la puerta.

«Tranquilo» cerró los ojos por un segundo y contuvo todo el aire que pudo en afán de conservar la compostura «Petit lune dijo que todo estaría bien»

En ese momento Horacio preferiría lidiar con cualquier criminal de alta categoría que enfrentarse a su pasado, pero ahora no había tiempo para retractarse.

Se sinceraría con él, ya lo había decidido así que, sin sobre pensar demasiado el discurso que con tanto esmero ensayó la noche anterior, alzó su diestra, agitó la mano y le sonrió a la lejanía.

Cuando el federal abandonó su sitio y emprendió camino hasta el mostrador, sitio en el que él le esperaba, Viktor no pudo evitar admirarle de arriba a abajo con una atontada mueca sobre el rostro.

Hope usaba unas adorables zapatillas deportivas con mariposas azules a los costados, jeans blancos con las rodillas rasgadas y una sudadera azul pastel con un pequeño corazón blanco en una esquina.

«Tan lindo como siempre» pensó apenas le tuvo de frente.

La sonrisa tímida que le dio tanto la bienvenida como los buenos días removió en su interior todas aquellas mariposas que, hace tan sólo un par de horas, intentó ahogar en vodka.

Sí, aún seguían con vida y con su ligero revolotear no hacían más que embriagarle en dulzura y obstinación a la par.

«No, él no me gusta. No podemos. Somos amigos. Yo no... siento nada por él.» repetía una y otra vez desde que los rayos de sol le obligaron a despertar.

—Comisario bombón —interrumpió su pensar al acariciar su mejilla con suma dulzura —¿Acaso no te dije ayer que cuidaras tu piel porque es bonita?

Volkov debió saber que las ensombrecidas curvas que oscurecían sus ojos no pasarían desapercibidas con unas simples gafas de sol.

Por supuesto no pudo evitar ceder a su encanto y curvó sus labios en una sonrisa igual a las que solía esbozar antes de llegar a conocerle tan a fondo. Suave, tímida, apenas perceptible.

» 𝐼 𝑓𝑜𝑢𝑛𝑑 𝑦𝑜𝑢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora