Gisele se ha esforzado en cumplir su sueño desde niña, el tener un puesto en una de las prestigiosas academias de ballet de Paris, su talento es único y admirado por muchos a pesar de la difícil vida que ha llevado.
Nathaniel Muller, candidato reco...
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He dejado de escuchar la voz de Nathaniel al otro lado de la puerta, no sé cuántas horas ha pasado allí afuera, supongo que no se dará por vencido. Me levanto del suelo para girar la perilla de la puerta y dejarlo entrar, atravieso la puerta y lo primero que veo es su figura a un costado de la pared apoyado sobre esta, se ha quedado dormido.
—Nat... —lo llamo mientras lo muevo lentamente—. Nat, entra a casa hace frio.
Él pestañea un par de veces, se pasa las manos por el rostro y fija su vista en la mía.
—Gisele, ¿estás bien?
Asiento a su pregunta.
—Anda, levántate de allí y entra a la casa.
Él obedece poniéndose de pie, se ajusta el traje y me mira seriamente mientras atraviesa la puerta.
—Quisiera comprenderte pero no puedo —suelta sin más y se hace a un lado del mueble—. Simplemente eliges rechazar a las personas que buscan ayudarte.
He pensado acerca de lo que ha dicho y me he tomado el tiempo suficiente para reflexionar acerca de mis decisiones, y he tomado la decisión de hacer lo que mi madre siempre me dijo, el ser feliz y darme otra oportunidad. Sé que lastimando a Nathaniel no lograre nada, y que la que resultara herida de todo esto seré yo misma.
—Lo siento mucho Nat, no quise actuar de esa forma, lo de mi madre me ha tomado por sorpresa, me ha dejado con un gran vacío difícil de llenar, solo espero puedas comprenderme por qué tome esa decisión.
Él extiende sus brazos para abrazarme.
—Solo quiero que entiendas que eres más fuerte de lo que crees.
—¿En verdad crees eso?
—Por supuesto que sí, ¿tú no?
—Supongo que no lo hacía, no hasta que tú me hiciste ver que podría serlo.
—Creo que esto no ha sido obra mía —dibuja una media sonrisa—. Tú los has descubierto por si sola.
Y aquello quizás era verdad, había aprendido a descubrir lo valiosa que era, y eso en parte se lo debía a la memoria de mi madre, ella siempre tenía un consejo, una palabra para animarme a continuar, no podría haberlo hecho sin ella.
Ella siempre seria mi lugar seguro.
Nathaniel me toma de las manos me obliga a verlo a los ojos y seriamente me pregunta.
—¿Quién era ese hombre en el cementerio?
—Alguien sin importancia —le respondo.
—No parecía serlo —arruga la frente—. Parecía que era alguien importante como para dejarte en ese estado.
Suspiro.
—Era mi padre, el mismo que abandono a mi madre hace veinte años, para ser exacta antes de que naciera.