Prefacio

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París, la ciudad del amor

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París, la ciudad del amor.

El lugar que muchos escogen como su destino romántico.

He vivido aquí durante veinte años, conozco cada espacio de la ciudad, cada rincón, en especial la academia Van Glorie. Una de las mejores academias parisinas para bailarinas, mi sueño desde niña fue el pertenecer a esta.

Trabajé durante años mi pasos con el baile, mejore mis errores, ahorre cada euro para pagar mis clases privadas, mi madre me ha apoyado desde siempre y juntas hemos logrado un cupo de inscripción en la Van Gloire.

Después de más de diez años la suerte parecía sonreírme, formar pate de a Van Glorie era más que un sueño, era mi vida completa.

—Gisele, eres buena en lo que haces, eres realmente sorprendente hija, cuando bailas parece que fuera irreal, estoy tan orgullosa de ti – mi madre sostiene mis manos a medida que vamos avanzando por el pasillo de la academia—. Los dejarás sin palabras con tu audición, porque eres la mejor.

—Si sigues diciéndome eso voy a creérmelo.

—Es la verdad —me dedica una sonrisa.

—Número veintiséis es tu turno – escucho la voz de un hombre pedir que avance al interior del salón en el que tendré mi audición.

—Buena suerte —mi madre me besa en ambas mejillas.

Me despido de ella, mis piernas tiemblan, mis manos igual y pronto me descubro dentro del gran salón con adornos rústicos, cuadros de ensueño y cuatros jueces en una enorme mesa para evaluar mi audición.

Puedo hacerlo, me he preparado toda la vida para esto, no puedo dejar que los nervios arruinen todo.

—Baila niña —la voz de Celine Gautier me presiona a comenzar mi rutina.

Celine es la directora de la academia Van Gloire, una de las mejores bailarinas parisinas, su fama, belleza y estilo en el ballet la han llevado a tener reconocimiento a nivel mundial. No puedo dejar una mala impresión, no puedo fallar.

Me tomo mis segundos para poder tomar mi postura, la música empieza a resonar por el lugar, cierro mis ojos y dejo que mis sentidos me guíen a través de la melodía, para mí bailar es más que mover tus pies al ritmo de la música, es entregarte por completo, mostrar con tu cuerpo lo que sientes en aquel instante.

Es una emoción que va más allá de ser buena en el ballet.

Aplico lo que he aprendido durante toda mi vida, le demuestro a cada uno de esos jueces de lo que soy capaz, no dejo de moverme ni un segundo y por esa pequeña fracción de tiempo me veo a mi misma en el enorme escenario de un teatro bailando con miles de personas viendo mi espectáculo.

Danzando con el DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora