Gisele se ha esforzado en cumplir su sueño desde niña, el tener un puesto en una de las prestigiosas academias de ballet de Paris, su talento es único y admirado por muchos a pesar de la difícil vida que ha llevado.
Nathaniel Muller, candidato reco...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
NATHANIEL
Mis informantes me han dado la información suficiente para poder encontrar al responsable del secuestro de Joyce. Debía admitir que mi postura ahora frente a lo que estaba sucediendo había cambiado por competo desde que encontré aquella fotografía entre las cosas de Giselle.
Lo que más valoraba en una persona era su honestidad, y la confianza, y ella se había olvidado de todo aquello.
Pero ahora no podía darle la espalda y dejarla en un momento tan difícil para ambos, porque Joyce aunque no sea mi hijo biológico lo es para mí, porque proviene de la mujer a la que amo.
—Señor presidente, ¿está seguro de esto? —pregunta el jefe de seguridad de la caravana presidencial.
—Si —respondo—. He dado la orden de que bloqueen todas las salidas del país, la gente tendrá que acatar las leyes.
—La embajada se ha pronunciado, dice que hay miles de personas protestando en el aeropuerto, solo es cuestión de segundos para que la noticia se riegue como pólvora por los medios.
—Nadie dirá nada hasta mi orden —sentencio.
La situación se me estaba saliendo de control, si no podía mantener a mi familia a salvo, ¿Cómo podría mantener a un todo un país a salvo? Todas esas personas que me habían elegido habían puesto su confianza en mí. No podía fallarles.
Debía enfrentarme a lo que viniera solo.
—Es aquí —mi guardaespaldas se asegura antes de aparcar el auto de revisar el lugar.
Cuando lo cree oportuno me indica bajar.
—Rodeen el lugar, nadie entra, nadie sale —les ordeno.
Los hombres obedecen, hacen un círculo de seguridad a mí alrededor y sin despertar sospechas se escabullen entre los arbustos.
—Lo cubro señor presidente.
Lo detengo antes de que pueda seguirme.
—Iré solo —le respondo.
—No puedo hacer eso, está dentro de mis funciones —replica él.
—Y entre tus funciones está el obedecerme ¿verdad? —pregunto.
Él asiente.
—Sí señor, desde luego.
—Entonces cumple con esta orden. Quédate aquí. Ir juntos pondría en riesgo a mi familia, no sabemos cuántos son.
—Pero señor, su seguridad va primero —protesta.
—Quédate y vigila que nadie escape. Es una orden.
El hombre a regañadientes termina obedeciéndome, se queda en la puerta mientras avanzo por el pasillo de aquella vieja fábrica desgastada por el paso de los años, hace mucho había cerrado sus puertas al público, por lo poco que conocía de allí se trataba de una antigua fábrica de cerveza, pero ahora era más conocida por ser un nido de delincuentes.