Prólogo

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Cinco años antes

— ¡Carla!— la voz de mi madre grita desde el piso de abajo. Mi cuerpo se estremece por completo porque sé lo que significa y no quiero tener que aceptarlo; en el momento en el que baje por aquellas escaleras mi vida nunca volverá a ser la misma. 

Trago una enorme bocanada de aire y me digo a mi misma que esto no es el final; no es un adiós. Es un hasta luego. Que mi mejor amigo se vaya a mudar a la otra esquina del país no quiere decir que nunca más nos vayamos a ver; para eso existen las videollamadas, el internet, el teléfono celular y los tickets de avión. 

Que Damián se vaya no significa nada excepto que nuestra amistad será mucho más fuerte ahora porque tendremos que esforzarnos en ser lo que somos ahora; los mejores amigos que podrían existir en el universo entero. 

Me doy un último vistazo en el espejo y sé que en mi interior estoy obviando por completo que es la primera vez que uso maquillaje y que probablemente se me ve horrible; y también estoy intentando evitar pensar en el hecho de que he intentado verme extra linda para despedir a mi amigo y que ha salido todo mal. 

Suelto un suspiro por lo bajo y me encojo de hombros; no importa porque, de todas maneras, Damián siempre me dice que luzco como Bella de La Bella Y La Bestia.

Bajo las escaleras de manera lenta; mi corazón late con fuerza y no sé si es el nerviosismo o simplemente soy yo intentando no estallar en un desesperado llanto. He sido amiga de Damián desde que tenía cinco años; hemos sido vecinos de toda la vida y ahora por arte de magia desaparecerá de mi vida como si esos momentos que vivimos juntos no hubieran servido de nada.

Trago saliva y me detengo tan solo unos cuantos segundos para contener las lágrimas; debo ser fuerte porque si Damián me ve llorar se reirá de mí por el resto de nuestras vidas. 

Cuando aparezco por la sala de estar, el muchacho se encuentra de pie al lado de la puerta como si ya tuviera las maletas adentro del vehículo, y supongo que así es. Puedo escuchar como afuera en la calle sus padres preparan todo para desaparecer de aquel vecindario que, de todas maneras, nunca les agradó. 

Damián está vistiendo un suéter naranjo y unos pantalones cortos que siempre me han hecho gracia, pero no podría decírselo; no cuando estuvo ahorrando un mes entero para comprarlos. 

— Carla— me dice él. En su boca mi nombre siempre ha sonado de una manera particular; ni demasiado fría, ni demasiado cariñosa. Es como si siempre estuviera intentando demostrar algo con respecto a nuestra amistad, pero ahora, su voz es casi melancólica, y puedo entenderlo porque creo sentirme de la misma manera.

Damián no dice nada con respecto a mi maquillaje, lo que agradezco por completo. 

— ¡Damián!— la voz de su madre al exterior de nuestra casa hace que todo se vuelva un poco más extraño. 

Nuestros padres nunca entendieron nuestra amistad de todas maneras; o al menos, eso es lo que nosotros pensamos. 

— Debo irme— anuncia él— mis cosas ya están en el auto. 

Esta ni siquiera es la primera vez que nos despedimos; nos dijimos adiós hace un mes cuando nos enteramos de que se iba al otro extremo del país. Nos dijimos adiós hace una semana, cuando fuimos a andar en bicicleta por el lago, y nos dijimos adiós unas cincuenta veces la noche anterior mientras conversábamos sentados en la acera hasta que se hacía de madrugada.

Y ahora, a tan sólo unos minutos de que se marche, volvemos a decirnos adiós. 

— Está bien— suspiro, sin poder evitar que una lágrima se resbale por mi rostro. Puedo sentir cómo el maquillaje se desliza junto a ella, pero ni siquiera me preocupa; es la expresión de Damián la que me deja una cierta sensación de intranquilidad. 

— No llores, Carla— me pide él. Yo asiento, pero me es imposible; más temprano que tarde comienzo a llorar a mares como si esta fuera la última vez que nos fuéramos a ver.

No quiero una vida sin Damián. No quiero una vida sin sus bromas, nuestros paseos en bicicleta, nuestros domingos de películas de superhéroes o aquellas mañanas en las que hacemos un picnic en la mitad de su patio delantero.

— Es que voy a extrañarte tanto— admito. El muchacho atrae mi cuerpo al suyo y me abraza con tanta fuerza que casi puedo sentir su corazón latiendo con rapidez. 

— No vas a extrañarme, Carla, porque te llamaré cada día. 

Yo asiento una vez más, pero sé que eso no será verdad; él conocerá gente nueva que se enamorará de su manera de ser, porque así es él. Es divertido, es lindo, es inteligente y es el mejor amigo que cualquier persona podría desear. 

Él tendrá un vida nueva, llena de gente nueva y experiencias nuevas, y yo me quedaré aquí donde siempre he estado; en este abandonada ciudad, sin amigos y sin nadie a quien contarle mis estúpidos pensamientos. 

— Te traje un regalo— murmura el chico. Yo me separo de él tan sólo para observar un pequeño paquete rosado que sostiene en sus temblorosas manos.

Me seco una de las lágrimas que caen por mi mejilla y doy un vistazo al interior sólo para notar la joya de fantasía que hay en el interior; un anillo que imita el oro y que tan pronto me lo pongo, dibuja un corazón en el centro de mi dedo. 

— ¿Te gusta?— pregunta algo nervioso. Yo asiento, sin poder creer que alguien como Damián haya sido capaz de comprar algo tan lindo y delicado— mi abuela me ayudó a elegirlo— admite. 

— Es muy lindo— suspiro, aún más conmocionada que antes— pero yo no te traje nada.

— No es necesario— me asegura.

Si que es necesario porque necesito que Damián se lleve una parte de mí a donde sea que vaya. 

Yo rápidamente comienzo a quitarme la pulsera que decora mi mano; una manualidad que compré en la playa hace unos veranos atrás y que tiene un colgante en forma de mariposa. 

— Carla, en serio...

— Quiero que lo tengas— le digo— quiero que lo lleves contigo para siempre. 

El muchacho no discute; él coge aquel detalle y deja que recorra su muñeca para luego observarme como si ahora fuera, definitivamente, la hora de despedirnos.

Me aferro a él más que nunca; me aferro a su cuerpo, a su perfume de la tienda de niños y a ese suéter que voy a extrañar como si se tratara de un paisaje.

No importa que tantas experiencias nuevas puedan aparecer en mi vida; ninguna va a ser nada parecido como haber sido amiga de Damián durante diez años seguidos. 

— ¡Damián, apresúrate!— su madre grita una vez más, y está vez sé que no estará dispuesta a gritar una tercera vez.

Mi garganta se hace un nudo; mientras más pasan los segundos más vacío siento mi corazón. Damián se irá para siempre y no hay nada que pueda hacer para evitarlo.

— ¿Qué sucede si conoces a alguien más genial que yo?— pregunto asustada. El muchacho ríe. 

— No es posible. 

— ¿Y si lo haces?— insisto.

El muchacho rueda los ojos, pero no dice nada. Su mano se pasea por mi cabello y sus ojos se clavan en los míos con ternura.

— Tienes mi corazón, Carla— me asegura. Yo río, pero él parece estar hablando en serio— y ni siquiera lo quiero de vuelta. 

Yo dejo salir un suspiro y me recuerdo a mi misma que hubo un tiempo en el que Damián no estaba en mi vida; sobreviviré. Sé que sí. 

— ¿Me extrañarás?— pregunto. Él asiente.

— Cada día un poco más. 


Volviendo a tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora