Damián trajo unas cuantas patatas fritas, unos sándwiches de queso, galletas, refrescos, frutillas, chocolate, y obviamente, palomitas de maíz.
El día poco a poco está oscureciendo y la sensación de frío que dejó el agua en nuestros cuerpos hace que nosotros nos cambiemos de ropa e ingresemos rápidamente hasta esa cama que improvisamos en la parte trasera de su jeep. Yo, vestida con su enorme sudadera y sus pantalones deportivos, y él, vestido con un conjunto negro y su gorro de lana del mismo color. Ambos metemos nuestras figuras en esos sacos de dormir y nos tapamos cuando el reloj apenas marca las siete.
Damián enciende las luces navideñas y propone que veamos una película, así que accedo. Él busca su laptop y busca entre sus descargas hasta que finalmente nos decidimos por Black Widow.
Al interior del jeep, todo se siente relajadamente mágico; el calor que está comenzando a emanar desde el aire caliente que él ha encendido, las pequeñas luces revoloteando sobre nuestras cabezas, el sonido del lago que proviene desde el exterior, las ramas del sauce tapando nuestro vehículo. Creo que nunca había sentido este nivel de paz; ni siquiera cuando era una niña.
Yo dejo reposar mi cuerpo encima del abdomen del muchacho mientras él me acoge con su brazo derecho y, con su mano izquierda, acaricia mi cabello. Ambos nos encontramos sometidos en una especie de trance repleto de calma del que no estamos dispuestos a salir.
La laptop del muchacho reposa encima de su regazo y, cuando comienza la película, comenzamos a comer las palomitas de maíz que él ha preparado para la ocasión; para mi sorpresa, él todavía conserva ese hábito de meterse las palomitas y el chocolate a la boca al mismo tiempo.
Nos quedamos un buen rato mirando la película, dejando que nuestros aromas se crucen y sean inhalados por nuestras fosas nasales. Es como si estuviéramos flotando en el espacio, envueltos el uno en el otro, dejando que nuestras almas sean sólo una.
Cuando la película termina, Damián propone que juguemos cartas UNO, así que seguimos esa tarde-noche de camping haciendo las mismas cosas que hacíamos cuando éramos niños; jugar cartas, ver películas de superhéroes, hacer picnics, pasear por el lago. De repente no sé si la vida se podría poner mejor que esto.
— ¡No puedes poner un +2 encima de un +4!— me quejo cuando noto que su carta de color verde ha montado la mía de manera descarada. Él me observa en medio de una pequeña risa y se encoge de hombros.
— Es el dueño de las cartas el que decide las reglas— anuncia. Típico de Damián.
— ¿Recuerdas cuando éramos niños y jugábamos a las escondidas?— pregunto divertida mientras saco las seis cartas de la baraja que me corresponden, a pesar de estar segura de que eso está completamente en contra de las reglas. El asiente— ¿no recuerdas que eras tú quien elegía quien jugaba y quién no?
Una carcajada se escapa de su boca.
— Había que mantener precaución— me asegura. Yo ruedo los ojos.
— ¿Qué precaución debías tener con Tomás Marino?— alzo una ceja, haciendo referencia a un vecino que vivía a tan sólo cinco casas lejos de nosotros y a quien Damián nunca dejaba jugar con nosotros— siempre le hacías que quede fuera.
El muchacho esboza una pequeña sonrisa y levanta la mirada de su mano de cartas para observarme a mí.
— Tomás Marino estaba enamorado de ti— me informa. Yo abro los ojos sorprendida y dejo que el rubor me invada como un invitado no deseado. Él vuelve a fijar su atención en el juego de cartas y me lanza un +2 de nuevo.
— Eso no es cierto...— le aseguro. Él rueda los ojos como si lo mío no fueran nada más que tonterías.
— Claro que es cierto. Él me lo dijo.
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Volviendo a ti
Ficção AdolescenteDamián esconde muchos secretos detrás de esos cristalinos ojos celestes; pero no se atreve a abrirse con nadie... hasta que llega Carla. Cuando Damian Gutiérrez, su mejor amigo de infancia, llega de vuelta a la vida de Carla, todo parece ponerse pat...