51. Arreglando asuntos con el presente.

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Damián propone que el sábado salgamos a dar un paseo en bicicleta, pero lo detengo de lleno y le digo que nos veamos en su casa. Que necesito hablar con él urgente y en calma, y no puedo hacerlo si estamos recorriendo la ciudad como dos pequeños niños que recién se están conociendo. Por eso, no me sorprende que, cuando toco su pierna esa tarde lluviosa, su rostro se aparece del otro lado de manera inmediata y la preocupación ha teñido sus facciones por completo.

— Carla— dice, casi en un suspiro. Yo esbozo una pequeña sonrisa intentando brindarle algo de tranquilidad a sus nerviosos movimientos.

Damián cierra la puerta detrás de nosotros; su hogar se mantiene cálido y acogedor. Él lleva una chaleca colorida que me recuerda mucho a las que traía cuando teníamos quince años. El muchacho me sigue por detrás mientras yo avanzo hasta la sala de estar, donde dejo caer mi cuerpo al sofá.

El muchacho se mantiene de pie observándome expectante. El desasosiego que se ha apoderado de su cuerpo es evidente. No quiero mantenerlo durante mucho rato preguntándose qué hizo mal, así que, simplemente, lo suelto.

— ¿Por qué no me dijiste que no habías ido a trabajar toda esta semana?— las palabras abandonan mi boca de manera abrupta y, de un minuto a otro, su expresión adopta un tinte de confusión.

Sus ojos se entrecierran como si estuviera esperando que yo diga algo más, y, cuando no lo hago, sus cejas se alzan con sorpresa.

— ¿Cómo lo sabes?— pregunta. Pareciera como si lo hubiera sacado de sí mismo.

Trago duro porque sé que lo que viene ahora no le va a agradar para nada, así que intento suavizar el tono de mi voz para que el desenlace no sea trágico.

— Me encontré con Tobías ayer cuando volvía a casa— digo, a la espera de su reacción. De momento, sus nudillos han adoptado un color blanco, sus músculos se han contraído y su mandíbula se ha apretado. Yo intento tragar una bocanada de aire; no debería ser tan difícil.— me dijo que Matías está enojado.

— ¿Te encontraste con Tobías ayer cuando volvías a casa? ¿O te siguió en ese auto color mierda que tiene por toda la ciudad hasta que accediste a subir a él?— pregunta con brusquedad. Su voz suena arrastrada y ronca, su tono sombrío, y su volumen ha subido unos cuantos decibeles. De repente siento como si mi cuerpo se hubiera encogido; obviamente, Damián no iba a creer que todo fue sólo un encuentro casual entre nosotros.

— Los detalles dan lo mismo...— intento decirle, pero su negación es inmediata. Él da un paso adelante; tengo la sensación de que está a punto de señalarme con el dedo índice porque su brazo se levanta unos centímetros, pero decide no hacerlo.

— No, Carla. Los detalles no dan lo mismo— masculla enfadado. No sé a qué viene todo este enojo conmigo como si yo fuera la culpable de que Tobías quisiera advertirme de lo que está sucediendo— me gustaría que me dijeras si te estuvo siguiendo por toda la puñetera ciudad— a pesar de que pareciera estar alterándose, su voz sigue sonando medianamente tranquila.

Un escalofríos recorre mi cuerpo. De repente, siento ganas de vomitar solamente por pensar en el desastre que podría ocurrir si yo hiciera una mala elección de palabras. Es como si Damián se esforzara en hacer que las cosas sean más difíciles de lo que realmente son.

— ¿Y qué si lo hizo?— pregunto. Soy consciente de que mis vellos se están erizando y de que estoy haciendo lo posible por retenerlo ahí y evitar que haga una locura por algo tan estúpido como esto— ¿vas a golpearlo hasta que tus nudillos sangren...?

— ¡Y una mierda que si!— cuando su tono de voz se eleva aún más, no puedo evitar levantarme de golpe de mi asiento y dar un paso a él. Sé que estamos a punto de iniciar una discusión y sé que todo con Damián es impredecible; sé que estamos juntos ahora, pero no sé lo que suceda de noche.

Volviendo a tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora