Andar en bicicleta temprano, con el sol iluminando mi rostro y con el viento moviendo mi cabello es sinónimo de libertad. Hacer lo mismo, pero con Damián, es un sentimiento que no puedo describir.
De momento, ambos nos hemos abstenido de hacer cualquier comentario. Simplemente pedaleamos por las calles de la ciudad, bajo las copas de los árboles, y de vez en cuando nos lanzamos pequeñas miraditas de complicidad. Él me sonríe, yo giro el rostro como si apenas nos conociéramos, y el tiempo pasa rápido y sin detenerse por nosotros. Somos un espectáculo para cualquier nostálgico, pero nadie conoce nuestra historia y eso se siente tan íntimo que no puedo dejar de pensar en que quizás conservamos nuestros días de pre-adolescencia como un secreto compartido entre nosotros dos.
A pesar de los rápidos latidos de mi corazón y del nudo que se me había hecho en el pecho cuando llegó a mi casa, ahora me he tranquilizado un poco y me he convencido a mí misma de que el muchacho que está a mi lado siguiéndome por cualquier rincón en el que giro es solamente un viejo conocido.
Si el día estuviera nublado y las nubes decidieran que llorar en nosotros es una buena idea, probablemente consideraría ir al muelle para que la cúpula de mármol que lo decora nos cubra de la lluvia; sin embargo, considerando que está haciendo calor, decido que es mejor adentrarnos hacia la orilla del lago y dejar caer nuestras bicicletas allí.
El camino para llegar es un poco largo porque hay que adentrarnos en las afueras de la ciudad y recorrer un enorme sendero de pasto, pero decido suponer que Damián recuerda el camino y creo que lo hace porque, a ratos, se me adelanta como si quisiera hacerme saber que se encuentra allí a pesar de que, obviamente, ya lo tengo en cuenta.
Las ruedas de nuestras bicicletas van dejando una huella en el pasto y a medida que vamos avanzando puedo escuchar cómo se mueven las copas de los árboles, el canto de los pájaros, el agua moviéndose cautelosamente, los grillos, y toda la naturaleza que nos rodea.
Decido dejar caer la bici en la orilla del lago, justo al lado de un enorme Sauce y en la parte en la que el pasto ha crecido más. Mi bicicleta desaparece entre la hierba y tan pronto Damián suelta su bici, esta hace lo mismo.
Cuando nos sentamos, el verde llega casi hasta nuestro rostro provocando que ambos soltemos una pequeña risita que no tarda en desvanecerse para que todo quede completamente en silencio una vez más.
Finalmente, es Damián quien decide hablar.
Sus ojos cristalinos se ven aún más bellos a la luz del día y esa gorra que lleva hace que su mandíbula se vea más definida de lo normal. Por más que intente recordar al Damián antiguo, no consigo relacionar su rostro con el que veo ahora; uno mucho más maduro, y de alguna manera, melancólico.
— Este lugar no ha cambiado en nada— suelta. Su voz medianamente ronca es música para mis oídos, pero jamás dejaría que él se percate de eso; no después de lo que ocurrió.
Yo cierro mis ojos y me dejo caer de espaldas al suelo mientras toda esa hierba absorbe mi cuerpo como si la naturaleza entera me estuviera abrazando. Inhalo y exhalo suave y lentamente porque sé que esa conversación con Damián hará que mis nervios se pongan de punta en cualquier momento.
— Lo sé— respondo— siento lástima por toda la gente que no sabe que este lugar existe.
A veces, cuando doy mis paseos en bicicleta, me pregunto cuantas personas vendrán. Normalmente está vacío; pero no sé si un lugar como este se podría mantener en secreto. Yo misma se lo he mostrado a cada persona que he conocido y todo el mundo lo ha descrito como magia pura.
— ¿Recuerdas esas rocas?— pregunta él. Yo abro apenas un ojo para observar hacia donde él está señalando y asiento con el rostro para volver a mi estado anterior.
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Volviendo a ti
Teen FictionDamián esconde muchos secretos detrás de esos cristalinos ojos celestes; pero no se atreve a abrirse con nadie... hasta que llega Carla. Cuando Damian Gutiérrez, su mejor amigo de infancia, llega de vuelta a la vida de Carla, todo parece ponerse pat...