2. Aston.

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La última vez que vi a Damián fue en la sala de estar de mi casa, hace cinco años atrás, cuando apenas éramos unos niños de quince; y a pesar de que sus facciones y el color cristalino de sus ojos siguen siendo iguales, pareciera que todo en él ha cambiado, partiendo por la amistad que teníamos. 

Anoche mientras caminaba de vuelta a la cabaña en estado de shock no podía dejar de pensar en él; en aquella tarde en la que se fue y nunca más volví a saber de él sin importar cuantas veces le llamé por teléfono, le envié mensajes e incluso intenté contactarme con su hermano pequeño. De la noche a la mañana el nombre de Damián desapareció de las redes sociales y del mundo entero; fue tal la decepción que llegó un punto en el que me comencé a cuestionar si quizás me había inventado al muchacho como una especie de amigo imaginario, y de no ser porque todos en el vecindario me preguntaban por él, probablemente me lo hubiera terminado por creer. 

La última vez que lo vi fue hace cinco años atrás, e incluso en esos momentos nunca lo vi como anoche; furioso, peleando, golpeando a un muchacho como si sus intenciones fueran acabar con él. 

Conocí a Damián, pero este parece uno totalmente distinto; uno que usa ropa apagada, que no ha sonreído ni un instante, que se ha dejado crecer un poco la barba y que se ha cortado tanto el cabello que ha dejado al descubierto esa cicatriz que tiene en la cabeza de cuando se cayó de la bicicleta ese día que estaba en el lago conmigo y quiso demostrar que podía pedalear piedras abajo. Un Damián que tiene más tatuajes de los que podría contar; que ha crecido tanto que podría llegar fácilmente al metro y ochenta. 

¿Acaso me habrá reconocido él?

— ¿Estás bien?— puedo escuchar la voz de Emilia al otro lado de la puerta del baño— llevas como una hora allí adentro.

Yo sacudo el rostro como si ella pudiera verme y tiro de la cadena a pesar de que ni siquiera estaba sentada en el váter. Me doy un rápido vistazo en el espejo y seco un poco mi cabello con la toalla antes de salir de allí. 

Emilia me observa algo dudosa. 

— Te sucede algo— suelta. Ella ni siquiera me lo está preguntando; sabe que me sucede algo, y obviamente, también sabe de Damián. Probablemente se lo conté el primer día que nos hicimos amigas, tan solo unos meses después de que Damián se marchó de la ciudad y me vi obligada a hablar con otra gente. 

— ¿Recuerdas anoche? ¿Cuando desaparecí de la fiesta por unos minutos y le dije a todo el mundo que había ido a dar un paseo por la playa?— pregunto. Obviamente todos me interrogaron en el momento en el que mis pies volvieron a pisar la cabaña; no llevé teléfono celular y tuve que caminar todo ese recorrido por mi cuenta. 

Ahora, con un poco más de claridad, puedo ver que lo que hice fue una completa estupidez. 

Emilia asiente con el rostro y me observa con una media sonrisa, animándome a que siga con mi historia. 

— Pues no fui a dar un paseo por la playa. Conocí a una chica y me invitó a una fiesta cerca de aquí, en una cabaña...

— Ay, Carla. Si querías otro tipo de fiesta lo hubieras dicho y ya...— comienza ella, pero yo la interrumpo de golpe.

— No es eso— le aseguro, negando con el rostro. Tomo una gran bocanada de aire y dejo caer mi cuerpo al borde de la cama antes de contarle lo que sigue; la cabaña está demasiado silenciosa, así que asumo que todo el mundo sigue durmiendo— ¿recuerdas a Damián? ¿Mi mejor amigo de la infancia?

Ella asiente con el rostro de manera inmediata. 

— ¿El que nunca te llamó de vuelta?— pregunta con ironía— si, lo recuerdo. 

Volviendo a tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora