39. La vida de ese lado.

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El club de póker de Matías está bullicioso, a excepción de nuestra mesa. Matías se ha sentado a mi lado, a mi otro lado está Tobías, en frente está los dos hombres que no conozco y Damián está de pie detrás de mí como si me estuviera resguardando de algo. Sus manos están escondidas detrás de su espalda y su postura está erguida: lo siento tan cerca que podría jurar que casi nos estamos tocando, pero sé que es sólo una percepción mía. Probablemente está más lejos de lo que me gustaría creer. 

Matías ofreció un vaso de Whiskey, pero tuve que decirle que no me gustaba para que esas propuestas se detengan. Entonces, quiso saber cual era mi trago favorito. Yo le dije que en realidad no bebía demasiado— y es verdad. Al menos, no cuando estoy rodeada de hombres. Luego me preguntó cual era mi sabor de jugo favorito. Yo le dije mango, y él ordenó a la cocina que me trajeran uno. Cuando la mesera le dijo que no tenían jugo de mangó, su respuesta fue serena y tranquila "Pues se conseguirán".

El hombre ordenó que pusieran mi música favorita, que suban la calefacción para que no me dé frío, y pidió que estuviera estrictamente prohibido que cualquier persona se acerque a hablarme, a menos que sea alguien de la mesa en la que estamos nosotros. 

Probablemente, si ayer no hubiera sucedido como sucedió, me sentiría halagada con tanta cantidad de atención y gustos, pero como sé que su cambio de ánimo puede ser tan abrupto como aterrador, prefiero no encariñarme con esas muestras de falsa preocupación. 

— ¿Sabes jugar póker, Carla?— pregunta Matías. Yo observo hacia todos en aquella mesa; pareciera como si todo el mundo estuviera demasiado asustado como para observarme. 

Yo me aclaro la garganta. Una corriente de sudor corre por cada rincón de mi cuerpo y de repente no sé si es la calefacción o simplemente nerviosismo. 

— Aprendí hace unos años atrás— musito. Él me entrega una enorme sonrisa de satisfacción mientras le hace una seña a uno de los muchachos que trabajan en el club para que nos reparta cartas a todos, excepto a Damián, que al parecer, ha decidido abstenerse de participar en todo ese evento— pero... no tengo nada para apostar— digo, esperando que aquella confesión me libre de jugar póker con un mafioso. Sólo pensarlo suena terrible. 

— No te preocupes— me asegura Matías, prendiendo un pucho para llevárselo a la boca y mirarme a través del humo— dime cuanto dinero quieres apostar y yo te lo daré...

— Yo puedo apostar por ella— interrumpe Damián de inmediato, hablando desde atrás. Yo no me atrevo a mirarle porque me aterra encontrarme con sus decepcionados ojos una vez más. 

Matías ríe, pero nadie más allí lo hace. Un vaso de agua reposa encima de la mesa y la tensión del ambiente me hace coger un sorbo para tragar ese momento amargo. Cuando vuelvo a dejar el vaso de agua encima de la mesa, Matías se pone de pie y lanza las cartas encima de la mesa con una furia impresionante para un detalle tan pequeño. Él llama a la misma mesera que nos atendió hace un rato atrás; la muchacha caminando hacia nosotros despavorida, aferrándose a su bandeja como si fuera un chaleco antibalas. 

— Dime, preciosa...— comienza él— ¿a quién mierda tengo que matar para que a mi invitada de honor le traigan ¡un puto jugo de mango!?

Ella simplemente asiente y agacha la cabeza.

— Si, señor— susurra antes de salir.

Cuando ella desaparece, yo puedo soltar todo el aire que había retenido cuando él se levanto de la mesa. Matías vuelve a sentarse, esta vez arreglando su traje para que no se arrugue a medida que su cuerpo se desliza por la tela de terciopelo. 

— Discúlpame, Carla— dice él, inhalando y exhalando con fuerza como si estuviera llenando su cuerpo de paciencia. Lo que más me impresiona es lo acostumbrados que están sus muchachos a este comportamiento tan cambiante; ellos ni siquiera se inmutan ante la extrañez de sus acciones. Todos siguen en la misma posición en la que estaban, con el mismo rostro de serenidad— no quería asustarte— me asegura Matías, aunque ya es un poco tarde para decirlo— solamente odio que las cosas no se hagan de manera eficiente. 

Volviendo a tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora