36. Yendo en círculos.

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El viaje con Tobías consistió en tres grandes situaciones:

Yo preguntándole a dónde me lleva

Yo preguntándole para qué me necesita con tanta urgencia

Yo preguntándole qué le sucedió en el ojo

De todas esas incógnitas, sólo la última fue respondida con una respuesta compuesta de más de una sola palabra: 

— El psicópata de tu ex novio me golpeó. 

— ¿Damián?— le pregunté yo antes de bajarnos del vehículo. Él simplemente se bajó del auto para correr a abrirme la puerta de copiloto. 

— ¿Tienes algún otro ex novio psicópata?

No quise corregirlo diciéndole que Damián y yo en realidad nunca hemos sido novios y que las veces que salimos y nos besamos fueron tan pocas que podría quizás contarlas con los dedos de mis manos. Tampoco quise decirle que no creo que sea un psicópata, pero eso también me lo guardé para mí. 

Antes de que yo pudiera preguntarle algo más, comencé a familiarizarme con el lugar en el que estoy ahora de pie, mirando hacia todos lados con ojos enormes y una sensación de familiaridad que, lejos de darme satisfacción, me parece repulsiva y detestable. De un minuto a otro todas mis preocupaciones sobre el bienestar de Tobías y su ojo morado son transmitidas a mí; es mi propio bienestar el que me hace ruido ahora. 

— Estás loco si piensas que entraré aquí— le aseguro, aún recordando ese edificio rojo. Bueno, en realidad no es rojo; al menos, no por fuera. Más bien parece un viejo motel abandonado con paredes viejas y desgastadas que alguna vez fueron blancas; pero adentro, sé que todo es de color rojo, y eso me asusta porque puedo revivirme a mí en lencería siendo observada por un montón de hombres que no conozco mientras las luces de neón hacen lo imposible por traspasar las partículas de mi cuerpo. 

Él se cruza de brazos. Pareciera como si todo su enojo y brusquedad de hace un rato atrás, cuando me recogió, hubiera sido reemplazado por una postura de calma y relajación que sólo podría haber obtenido al conseguir su cometido; tenerme allí en contra de mi voluntad. 

Sé que en realidad yo accedí a venir, pero no es como si me lo hubiera puesto fácil. Su advertencia sonó más a una sentencia de muerte que a una llamada de compasión; aún así, logró convencerme de que venir ahora sería mucho mejor que venir después. 

De todas maneras, ni siquiera entiendo porqué debo estar aquí. Hace ya bastante rato que me di cuenta de que no pertenezco a este mundillo y no sé porqué el universo insiste en mantenerme envuelta a él. 

Quizás el hilo invisible que tengo atado en el cuerpo y que del otro extremo tiene a Damián está haciendo lo posible por no romperse; pero sé que tendrá que ceder en algún momento. A estas alturas, ninguna cantidad de hilo, invisible o no, podría mantenernos unidos. No después de lo que sucedió. 

— Lamento decirte que no tienes otra alternativa, Carla— me dice él, girándose en mi dirección. Todo lo que comí en la semana de repente amenaza con salir por mi boca, así que debo tomar un poco de aire antes de que eso suceda. 

— Al menos dime porqué estamos aquí— le pido, casi en un ruego. Él comienza a caminar mientras junta su dedo índice y su dedo del medio para doblarlos dos veces al mismo tiempo en mi dirección, en un gesto porque lo acompañe.

Yo frunzo el ceño, levemente ofendida de que de repente estemos comunicándonos con señas, pero para esas alturas él ya no me está prestando atención y decido seguirlo antes que quedarme allí que otro psicópata de los que trabajan allí me encuentre. 

Volviendo a tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora