40. El disparo.

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Bueno. No todo está perdido. No es como si uno de los hombres del otro lado tuviera su brazo rodeando mi cintura con brutalidad mientras mantiene una navaja que se separa de mi garganta por un centímetro, preparado para hacer que me desangre ante cualquier movimiento en falso de los muchachos de Matías. Oh, esperen. Eso es exactamente lo que está sucediendo. 

Mis brazos se deslizan ante ambos costados de mi cuerpo y mi respiración se ha vuelto incluso aún más dificultosa. Desde donde estoy, justo al otro extremo de donde está Damián, puedo observar a los hombres de este lado; todos con armas, todos con un rostro que denota confianza. 

A nuestro alrededor puedo ver algunos cuerpos sangrantes tirados en el suelo. La sola imagen hace que yo quiera estallar en lágrimas y que la sensación de peligro se apodere de mí; no puedo creer que estoy viva.

Puedo notar que hay unas pocas personas escondidas aún detrás de los sillones y otras que aún hacen lo posible para intentar gatear hasta la salida, que, para esas alturas, parece un caos. Ya me preguntaba yo porqué el club de póker estaba tan escondido.

Mi única esperanza es que llegue la policía en cualquier momento; pero sé que sólo me engaño con ese pensamiento. Hay muchas cosas que le preocupan a la policía, y los mafiosos del barrio Haut definitivamente no es una de ellas.  Matías tiene tanto poder que, a estas alturas, no me sorprendería que fuera amigo de la fuerza policial.

— Vas a ser muy útil, bonita— susurra el que me tiene; un tipo de unos cuarentas años cuyo rostro luce demacrado por la vida y cuyas mejillas dejan a la vista unos cuantos pequeños tatuajes. 

Ahora, ya habiendo conocido una pequeñez del mundo de Matías, puedo saber lo que eso significa; ellos creen que yo soy alguien importante para ellos y me han tomado como rehén para obtener algo a cambio, sin embargo, se han equivocado. A Matías no podría importarle menos si yo muero, y espero que no puedan darse cuenta de eso. Mi vida literalmente cuelga de un hilo. 

Damián, quien hasta ese entonces se había mantenido disparando como loco a hasta donde estamos, baja el arma de manera abrupta en el momento en el que sus ojos y los míos se encuentran. Todas las facciones de su rostro parecen haber adoptado una expresión de terror digna de ser registrada; su pecho sube y baja con fuerza y sus ojos se entrecierran en mi dirección como si no pudiera creerse lo que está viendo. 

— ¡BAJEN LAS PUTAS ARMAS!— grita él a sus compañeros. Es entonces cuando todos parecen notar que me encuentro allí retenida como cual estúpida niña pequeña, y el silencio de repente se apodera del lugar.

Entonces, sucede lo impensado; Damián y sus colegas suben las manos en alto y dejan las armas en el suelo. Sí, incluido Matías.

Si no me ha matado ese mundillo violento entonces probablemente lo ha hecho el estrés. No puedo creer que ellos estén dejando sus pistolas como si de este lado no estuvieran completamente armados y listos para atacar. 

— Tu gente es inteligente— me susurra el hombre en mi oído, un atisbo de burla dejando se ver en su voz. Yo no digo nada, obviamente. Me da la sensación de que cualquier palabra podría matarme, así que me aferro a la idea de que es el silencio quien me mantiene con vida. 

Sorpresivamente, los de este lado dejan de disparar. No bajan sus armas, pero al menos ya no están disparando como si quisieran a asesinar a todos en ese lugar. 

En todo ese rato, no me atrevo a dejar la mirada de Damián. Sigo sus ojos con cautela e ignoro por completo a cualquier persona que nos esté rodeando; me digo a mí misma que esto es solo una jugarreta. Que estos somos nosotros de diez años jugando a policías y ladrones, sólo que todo se ha vuelto un poco más sofisticado. 

Volviendo a tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora