30. La despedida

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La bala que estalla con la manilla de la puerta hace que la madera cruja en un millón de pedazos que no tardan en caer al suelo. De repente, todos nos giramos en esa dirección para ver qué es lo que está sucediendo. Yo me tardo un poco más en notar la figura que se está alzando a nuestro lado; una figura que me resulta completamente desconocida, y, de alguna manera, impotente. 

El hombre debe tener unos cuarenta años, por lo bajo. Su cabello negro está completamente peinado hacia atrás y, debajo de su playera musculosa blanca, resaltan unos músculos tan grandes que, bajo la luz roja, lucen brillantes y lisos, como la parte más reluciente de una bola de billar. 

— ¿Qué mierda...?— puedo escuchar la voz de sorpresa y desconcierto detrás de Damián, lo que me obliga a observarlo. Él se ha quedado inmóvil; toda su fuerza parece haber sido consumida por la mera presencia del moreno que acaba de llegar a la habitación. 

Yo me cubro el cuerpo con las manos una vez más, y, cuando lo hago, el hombre se gira hacia Tobías. 

— Tobías— llama su nombre. Su voz es ronca, grave y su tono es lento y demandante. La simple presencia de sus ojos encima de mi piel desnuda hacen que yo quiera llorar y que el miedo me corrompa— ¿me puedes explicar porqué coño está chica está desnuda?

El rubio no dice nada, y, una vez que la mirada del hombre se posa en el chico de la cicatriz, él también da un paso atrás para agachar el rostro. 

— Tobías— vuelve a llamar al muchacho— sé útil y tráele un suéter a esta chica. Y tú— ahora se dirige al moreno de la cicatriz— suelta a Aston y llévalo a mi oficina. A la chica también. 

Los muchachos se quedan inmóviles de repente, provocando que una furia iracunda brote desde lo más profundo del hombre que está allí de pie en frente de nosotros. 

— ¡AHORA!— grita, antes de desaparecer.

Tan pronto se marcha, el moreno comienza a desatar a Damián y Tobías me entrega la sudadera que hace minutos atrás me había entregado, pero yo no puedo cogerla sin dejar la pistola en el suelo, y rápidamente se me es arrebatada de las manos.

Tobías y yo nos lanzamos una última mirada de complicidad antes de que él desaparezca por completo y, automáticamente, mis ojos se dirigen hacia Damián, quien está siendo desatado. Sus manos ya están libres, así que él rápidamente se acaricia las muñecas intentando apaciguar el dolor que debe sentir por haber estado tanto rato con eso. 

Una vez que sus pies están libres, él se pone de pie de manera erguida. Alza la mirada en lo alto y se gira hacia el moreno, quien está a punto de decirle algo con voz temerosa; antes de que lo haga, Damián hace chocar sus nudillos en su rostro con tanta fuerza que yo debo dar un paso atrás, asustada. Sin embargo, no hago ruido alguno ni intento detenerlo. Hay una pizca de satisfacción en la manera en la que golpea al hombre que antes me ha golpeado a mí, por más enfermizo que eso suene. 

— ¡Aston!— se queja el moreno, intentando detener a Damián, quien ahora lo tiene en el suelo, sentado a horcajadas sobre su estómago. Con una mano derecha sostiene su cuello para impedirle hablar o respirar siquiera, y con la otra atesta golpes aleatorios sobre él— ¡espera...!

— ¡Cállate, hijo de puta!— espeta él. Damián se pone de pie cuando el muchacho está lo suficientemente golpeado como para apenas poder moverse. Luce agitado, sudado, y por sobre todas las cosas, extremadamente molesto. 

Damián se dirige a mí rápidamente para abrazar mi cuerpo y yo no puedo hacer otra cosa que corresponder ese abrazo mientras el llanto comienza a correr desesperadamente por mi rostro hasta mojar su sudadera. Él jadea y deja que las yemas de sus dedos acaricien mi cabello mientras deposita un suave beso en mi cráneo. 

Volviendo a tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora