38. Poker night

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Matías no mentía cuando dijo que alguien me pasaría a buscar. Una parte de mí, deseaba que fuera Damián, pero sabía que era inútil incluso pensarlo. 

Tobías se estaciona en la puerta de mi hogar a las 8 y treinta en punto. Ni un minuto de atraso, ni un minuto de adelanto. Yo camino nerviosa hasta su auto pensando si mi atuendo es el adecuado para una ocasión como esa; Matías me dijo que debía ir elegante, así que opté por mi vestido negro corto, de mangas largas y de cuello cuadrado. Puse mis pies en unos tacones rojos y pinté mis labios del mismo color para coger todo mi cabello en una coleta de caballo, y aunque me dé un poco de vergüenza admitirlo, una sensación de calidez adoptó forma en mi corazón cuando me puse el collar que me regaló Damián hace unos meses atrás, y que no había tenido la oportunidad de volver a usar. 

Tuve que mentirle a mi madre diciéndole que iba a una cena con mis compañeros porque no se me ocurrió nada más que inventar. Con su nueva sensación de felicidad debido a su relación con Paul, ella no indagó mucho sobre el tema, pero estoy segura de que debe estar mirando por la ventana, en ese preciso momento, como Tobías sale disparado de su asiento de conductor, camina por delante de su auto, desliza sus dedos por su traje para acomodarlo, y luego esconde las manos atrás y mantiene la vista en frente, esperándome como si fuera mi guardaespaldas.

El muchacho ha peinado su cabello un poco hacia el costado, lo que deja aún más al descubierto su herido rostro debido a la paliza que le debió haber dado Damián; y digo paliza porque, además de sus nudillos morados, Damián no tenía absolutamente nada por lo que quejarse. Ninguna herida en su rostro; ningún indicio de dolor aparte de su malhumorado estado en permanencia.

Lleva un traje de lo más común; negro, corbata del mismo color y camisa blanca. Creo que lo único que sobresale un poco es ese reloj plateado con decoraciones interiores azules. 

Tobías se mantiene serio mientras corro al vehículo tapando mi cuerpo del frío; mis tacones haciendo sonar la acera debajo de mí. Sus ojos están clavados en mí, pero no han bajado hasta mi vestido en ningún momento. 

Una vez que estoy lo suficientemente cerca, él deja su postura de guardaespaldas para abrirme la puerta. 

— Gracias— digo por lo bajo, ingresando al vehículo de vidrios polarizados, pero no sé si me escuchó. Él cierra la puerta detrás de mí y se pone en marcha hasta el asiento de conductor. Una vez adentro, sus ojos no apartan la vista del camino y su concentración no hace otra cosa que no sea permanecer en su conducción. 

Y así, Tobías hace andar el vehículo, ignorándome por completo. Después de lo que sucedió en la fiesta hace una semana y de que ayer confié en él a ojos cerrados, no puedo evitar sentirme levemente ofendida por su repentino desagrado. 

— ¿Por qué me estás ignorando?— pregunto después de un rato, al notar que Tobías no tiene ni siquiera intención de poner algo de música. Una vez más, él no dice nada, y eso sólo hace que me sienta levemente usada. 

Los nervios y la intranquilidad de ver a Matías una vez más son suficientes para mí como para además aguantar ser rechazada por todos allí. 

— ¿Sabes qué, Tobías?— digo después de un rato, sonando un poco más frustrada que antes— la única razón por la que estoy aquí es porque ayer me pediste que vaya contigo, y decidí creerte cuando me dijiste que todo estaría bien— él sigue sin hablar, pero su mandíbula se ha tensado y ha adoptado una línea perfecta debajo de sus mejillas— lo mínimo que podrías hacer ahora es hablarme para que no sienta como si fuera camino a mi muerte. 

Yo dejo de observarle en el momento en el que la última palabra sale de mi boca y me recuesto un poco en el asiento mientras mi codo es apoyado en el inicio de la ventana y mi cabeza comienza a descansar encima de la palma de mi mano. 

Volviendo a tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora