📚Capítulo 34📚

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Lucía

Sus ojos me escanean como si buscara la razón por la cual la he citado aquí. La autoridad que desprende cada parte de su cuerpo me hace sentir intimidada, pero esta vez no se lo demostraré, ya no soy aquella niña que se escondía para no dar la cara.

Al menos con ella... con cierto chico lo sigo siendo.

Carraspea y eso llama mi atención, rueda sus ojos mientras se cruza de brazos y piernas; es un claro mandato de que no le gusta estar aquí, menos conmigo.

Cierro los ojos como si eso fuera a disipar la tensión que hay en el ambiente, siento cada músculo de mi cuerpo tieso, ni siquiera quiero moverme mucho por la misma razón. Inhalo y exhalo para soltar todo el miedo que me está arropando ahora que por fin decido enfrentar a mi progenitora.

Abro los ojos y los fijo en los de ella, en aquellos iris avellanas idénticos a los míos.

Que no me transmite la paz que muchas veces imaginé, sino más bien el terror de que simplemente debo ejecutar ante todo lo que me dicen.

—¿Sabes algo, mamá? —Empiezo a decir, y ella enarca una de sus cejas—. Pensé que al ser tu única hija íbamos a ser inseparables, que me ibas a consentir en todo y que iba a encontrar en ti el calor y el refugio que toda niña desea con su madre.

Trago saliva con dificultad al decir esto último, con el corazón latente de que las cosas podrían salir mal si sigo hablando.

Ella sigue en completo silencio, solo que ahora se ha inclinado un poco hacia mí y sus facciones se han endurecido.

—Eso lo dice cualquier mal agradecida. —Su voz afilada es como un veneno que se va clavando lentamente en tu piel.

—No creo ser una mal agradecida por confesar lo que sí añoraba de ti y nunca tuve —digo, con su mismo tono—, más bien es un favor para que pongas en orden el desorden que arropan a nuestra familia.

—Cuida como me hablas, Lucía...

—No te estoy faltando el respeto, madre. Intento ser sincera contigo por primera vez en mi vida —titubeo—, quiero contarte como me he sentido en estos veintiocho años.

Se levanta de su asiento sin mediar palabra y va directo a su escritorio. Al menos esta oficina es menos fría que la que tiene en la empresa, pero sigue conservado aquel gélido e inquietante sentir que pone mi piel de gallina.

—¿Cómo te has sentido? ¿Cómo la mujer que lo tiene todo desde antes de su nacimiento? ¿Cómo la que no ha tenido que luchar por nada porque todo se le ha dado?

Pregunta tras pregunta es disparada de su boca, lejos de sentirme agraciada por lo que ha dicho, hace que una punzada atraviese mi interior.

¿Así me percibe? ¿Cómo la que nunca ha hecho nada?

—¿Y luchar por sobrevivir al vivir contigo no es nada? —replico, con la voz ahogada.

—¿Conmigo? —Una carcajada carente de emoción brota de sus labios—. ¿De qué estás hablando, niña?

Nunca me consideré una mujer fuerte, más bien una frágil que puede romperse con cualquier cosa y esta no es la excepción. Sin embargo, esta vez la puedo percibir diferente y más dolorosa...

Agacho mi cabeza porque ahora sí me es imposible mantener la mirada con la persona que me dio la vida.

Siento como mis ojos se van llenando de lágrimas, lágrimas que no quiero que se derramen pero no sé si puedo controlarlas.

Saber que mi madre no tiene idea de lo que hablo, de cómo me siento y de cómo vivo internamente; me destruye, me va cortando en pedazos como si solo fuera un trozo de carne.

Me pongo de pie y sorbo por mi nariz mientras una lágrima aprovecha para deslizarse por mi mejilla.

—He sobrevivido al pensamiento que ha bombardeado mi cabeza de que solo soy un desperdicio y al que has puesto tú al decirme que era una decepción. —Su rostro está impasible, es como si mis palabras no le afectaran en lo más mínimo—, ¿tienes idea de cómo me ha costado dormir cada vez que llego a casa?

>>¿De cómo me exiges ser perfecta pero cada día me convierto más en una basura? —Hago una pausa porque no puedo continuar, no con el dolor que arropa hasta lo más profundo de mi ser.

Siento como las grietas se van acentuando más y más, como las dagas van produciendo un vacío porque ya no queda otra cosa para enterrarse.

El nudo en mi garganta duele, es como si un ardor se estuviera deslizando por ella.

¿Es esto tocar fondo? ¿Es esto sentir que finalmente no puedes más?

Me pesa volver hablar lo que me ha acontecido, de lo que he sufrido; me pesa incluso tener que levantar la lengua para pronunciar una palabra.

Cierro los ojos con fuerza sin importarme que ahora mismo parezca un manantial por las lágrimas derramada... y entonces grito.

Grito por cada cuchillada que fue enterrada en mi espalda a lo largo de los años y tuve que fingir que nada me dolió, grito por cada sonrisa que mostré cuando solo quería echarme a llorar en un rincón, grito por cada mentira que salió de mi boca y tuve que recurrir a otra para poder fortalecerla.

Grito por no saber cómo levantarme del suelo al que fui tirada, grito por ser una mierda de persona incluso con el aquel chico que he llegado a querer...

Grito por ser una cobarde y por esconder las cicatrices que hay en mi cuerpo, quienes me recuerdan que hasta para quitarme la vida fui incapaz.

Me dejo caer al piso mientras sigo sumida en mi llanto, desesperación y pensamientos, escucho el resonar de sus zapatos al aproximarse hacia mí, pero no quiero que me toque, no quiero escuchar sus palabras con falta de empatía hacia mí.

—Lucy...

Intenta ponerme una mano encima pero no se lo permito.

—No quiero que me veas como si quiero llamar la atención otra vez —refunfuño entre susurros—, esto es producto de lo que por años ha sido reprimido.

>>Mamá, yo no soy un producto con el cual puedes experimentar para tratar de arreglarlo, nunca seré la réplica de mis hermanos porque cada quien nació con lo suyo —sollozo—, si tan solo me hubieses dejado hablar cuando te lo pedí hace más de quince años... sin tan solo me hubieses escuchado cuando intentaba decirte en qué era buena...

>>Si tan solo hubieses creído en mí... sin tan solo me hubieses apoyado y no dado la espalda todo fuera diferente... sin tan solo... —no puedo seguir, no con aquel nudo que se forma en mi garganta, es como si dos fuertes manos intentaran estrangularme por cada palabra que sale de mi boca—, si tan solo no me hubieses dicho lo incapaz que era de valerme por mí misma.

Eso sin duda no me hubiese arruinado la poca autoestima que tengo, que por cierto, solo tengo el nombre.

Cubro mi rostro con ambas manos y me permito seguir ahogándome en el dolor de estas confesiones. Pero escucho un sollozo... con cautela observo a mi madre y lo que veo me descoloca, desestabiliza y rompe un poco más.

Esta no parece la Stella Evans que quiere comerse al mundo con la mirada, con su poderío e incluso con su autoridad.

Esta es la que por primera vez llora delante de mí y deja mostrar los sentimientos que por lo visto le eran prohibidos sentir.

Llora como si por fin se diera cuenta del daño que nos ha hecho a ambas y que ha tenido que pasar todo esto para que se diera cuenta.

La habitación se sumerge en una serie de llantos, palabras sin sentidos, emociones que están a flor de piel y en un evidente dolor que fue cubierto por máscaras que simulaban que todo estaba bien.

Ese bien que no significa que lo estás, ese bien que grita ¡sálvame!, que proclama una ayuda, que pregona un no puedo más y que entierra el sufrimiento de alguien que todos los días te muestra una sonrisa, te da una palabra de consuelo y te ayuda a ser el más optimista de la vida.

Ese es el bien disfrazado que me han enseñado, uno que no permite revelar la verdad, sino que hace lo imposible por mantenerla oculta y no dejarse ver como una persona que tiene todo el derecho de sentirse decaído algún día.

Ese es el bien que cumplo al pie de la letra.

Tan solo una sonrisa ✅ [TST. Libro #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora