📚Capítulo 36📚

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Jardel

La brisa sopla tan fuerte que una ola de recuerdos me invade... recuerdos que se van tan fugaz como aquellas olas que impactan contra mis pies.

Este es mi lugar de refugio, el único lugar donde yo podía venir ahogar mis penas porque todo el mundo me apartaba como si fuese una plaga, y se lo mostré a ella... a cierta chica de ojos avellanas que me hizo caer rendido a sus pies; porque yo sí podía ver más que una simple sonrisa que ella le mostraba al mundo.

Me permitió ver sus miedos, sus traumas, su evidente soledad que la abrumaba y su felicidad disfrazada; pero también me mostró lo que era tener un corazón roto y fingir que este está más unido que un rompecabezas.

—Nunca me llamaste. —Giro mi cabeza hacia aquella voz que retumba en mis oídos y me encuentro con él.

No pensé que lo volvería a ver, al menos no en estas circunstancias.

—Usted... —Dejo la palabra suspendida en el aire y me permito observarlo mejor.

Su traje blanco está impecable, y la luz del día le da ese toque más resplandeciente. Menos mal que elegí venir esta tarde aquí.

—Te dije que vendrían cosas fuertes a tu vida. —Camina con pasos sigilosos hasta colocarse a mi lado, sin importar que el agua moje sus increíbles zapatos.

Suspiro desganado, ¿cómo le explico que me cansé de luchar? Es muy fácil decirlo, pero no es él quien ha tenido que soportar todas las humillaciones que he acarreado toda mi vida.

—Pero no me dijiste que iban a doler tanto.

Me mira por unos minutos y sonríe, como si de verdad estuviera feliz, como si quisiera irradiarme su paz.

—Pero sí te advertí que te prepararas. —Cruza sus brazos hacia delante y cierra los ojos—. Yo también he tenido que soportar muchas cosas a lo largo de mi existencia, pero eso no me ha detenido para yo seguir aquí y teniendo fe en la humanidad.

>>Tranquilo. —Coloca una de sus manos sobre mi hombro y me permito relajarme—, también me conocen por ser paz, aquella que te mantendrá en tranquilidad porque guardas la esperanza de que algo pronto sucederá.

¿Pero entonces por qué no lo creo?

¿Por qué me duele tanto no sentirlo como tal?

Un inquietante desespero se remonta en mi interior al prestar atención a mis pensamientos, mis ojos comienzan a ponerse cristalinos y mi corazón bombea con tanta rapidez que temo que me suceda algo.

Dos gruesas lágrimas ruedan por mis mejillas, ¿cómo podría guardar esperanza si ni siquiera eso considero que me queda?

Un dolor agudo me azota de tal manera que mis rodillas tocan la arena, siento un golpe tras golpe como si no pudiera parar; mis manos tiemblan y mi respiración se vuelve entrecortada. Cubro mi boca con mis manos para callar mis sollozos pero es como si no pudiera, no puedo parar de llorar, no puedo detener el sentimiento de que me sigo rompiendo. De que me sigo destrozando.

¿Quién dijo que los hombres no lloran? También sentimos, también nos rompemos, nos despreciamos, nos odiamos y hasta deseamos desaparecer.

Se nos exige tantas cosas que se les olvida decirnos que también tenemos derecho a vivir.

Nos cansamos de llevar siempre una carga en nuestros hombros, nos cansamos a veces hasta de respirar.

¿Entonces cómo podría ser dichoso de conseguir aquella paz que él me brinda?

—Lo eres —dice, como si escuchara mis pensamientos—. Hay una palabra que retumba desde hace siglos.

No quisiera seguir escuchándolo, pero siento la necesidad de hacerlo a pesar de que sigo sumergido en el dolor que me está envolviendo en este instante.

Tan solo una sonrisa ✅ [TST. Libro #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora