🀦Capítulo 11🀦

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En la cochera, Yoongi atacaba las reservas de sobras que guardaba. Y pensaba en Jimin mientras comía unos pedazos de pollo frito preparados por Jackson.

Jimin había cambiado de campo y lo había dejado sin saber muy bien qué hacer con la pelota. Había pasado un año y medio reprimiendo sus sentimientos e impulsos en cuanto a Jimin, y dando por sentado -a partir de su actitud, de todos y cada uno de los indicios que él le transmitía- que lo consideraba un amigo. Más aún, ¡el colmo!, una especie de hermano.

Había hecho todo lo posible para interpretar aquel papel.

Y de pronto había aparecido tan campante a seducirlo. Un beso que le había llegado a lo más hondo, con la música de fondo de... ¿de qué demonios? De «Bingo».

Nunca más podría volver a escuchar aquella ridícula canción sin ponerse al cien. Y ahora, ¿qué diantres tenía que hacer? ¿Invitarlo a salir? En lo de invitar a los hombres le sobraba práctica. Era normal, pero todo aquello no tenía nada de normal, sobre todo cuando él se había convencido de que a Jimin no le interesaba en este sentido.

Y de que él tenía que quitárselo de la cabeza.

Además, trabajaban juntos, y él vivía en la casa, con su padre, ¡lo que faltaba!

Sin contar que había que pensar en Lune. Le había partido el corazón la forma en que lloraba cuando Jimin se la llevó. ¿Y si Jimin y él ligaban y la cosa salía mal? ¿No salpicaría a Lune todo aquello?

Tenía que procurar que no afectara a la niña. Había que ir con cuidado, tomárselo con calma y tranquilidad.

Lo que eliminaba de un plumazo la idea que persistía en el fondo de su cabeza, la de plantarse en la habitación de Jimin cuando hubiera anochecido y dejar que la naturaleza siguiera su curso.

Limpió la cocina, como de costumbre, y luego subió a la planta, donde tenía el dormitorio, un baño y un pequeño cuarto que hacía las veces de despacho. Pasó una hora con el papeleo, procurando centrarse en la tarea cada vez que su imaginación se dispersaba hacia Jimin.

Puso la cadena ESPN, tomó un libro y se dedicó a una de sus actividades favoritas en las veladas en solitario: leer entre lanzamiento y lanzamiento de béisbol.

En algún momento del octavo, cuando los de Pied Piper perdían por dos y los de Lie tenían un corredor en la segunda base, se quedó dormido.

Soñó que él y Jimin hacían el amor en el estadio, rodando desnudos en el césped mientras a su alrededor seguía el juego. Tenía más o menos claro que el recuento del bateador era de tres y dos strikes, al tiempo que Jimin le agarraba la cintura con sus musculosas piernas y él se hundía en su interior. Se sumergía en aquella calidez, en aquellos suaves ojos castaños oscuros.

El estrépito lo despertó y su soñolienta mente oyó el alegre chasquido de la pelota contra el bate. Incluso al incorporarse y sacudir la cabeza para despejarse un poco, vio que tenía en la cabeza el hit de cuatro bases.

Se restregó la cara. Extraño, muy extraño, a pesar de que había combinado dos de sus actividades favoritas. Deporte y sexo. Asombrado con lo que acababa de experimentar, apartó el libro.

El segundo retumbo que le llegó de abajo fue como un disparo, y esta vez sin soñar.

En un santiamén se encontró de pie, con el bate que le habían regalado al cumplir los doce años en la mano, dispuesto a bajar volando.

Lo primero que le vino a la cabeza fue que Lee Hyukjae, el ex marido de su padre, había salido de la cárcel dispuesto a crear más problemas. «Se arrepentirá», pensó Yoongi con aire sombrío, agarrando fuerte el bate. La sangre le hervía en las venas al precipitarse hacia aquel disonante desbarajuste.

Abrió las luces en el preciso momento en que un plato salía volando contra él. El instinto le llevó a protegerse con la barandilla. El plato se hizo añicos y estos salieron en todas direcciones.

Luego, un silencio total.

La estancia, que había limpiado antes de subir, parecía haber sido tomada al asalto por una banda de salvajes. En el suelo se veía una alfombra de fragmentos de platos, cerveza derramada y pedazos de cristal de los cascos. La puerta de la nevera estaba abierta y todo su interior por el suelo. El mostrador y las paredes estaban cubiertos de lo que parecía una asquerosa mezcla de ketchup y mostaza.

Estaba solo ante aquel panorama. Veía el aliento que salía de sus labios en el frío que aún dominaba la atmósfera.

-Hijo de puta. -Se pasó una mano por el pelo-. Hijo de la gran puta.

Había utilizado ketchup -al menos esperaba que se tratara de esa inocente salsa y no de sangre, como parecía- para escribir su mensaje en la pared.

NO DESCANSARÉ

Estudió la frase.

-No serás el único -dijo a la habitación vacía.

-No serás el único -dijo a la habitación vacía

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Lirio Rojo³Donde viven las historias. Descúbrelo ahora