Capítulo 12

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—¿Qué es este lugar?—pregunto maravillada mientras se estaciona.

Sonríe abiertamente y me es imposible no sonreír —Andando.

Se baja del auto al igual que yo y me guía a la entrada del lugar.Parece un parque al aire libre, pero cuanto más nos acercamos más noto que estamos cerca de un acantilado. Volteo la cabeza rápidamente hacia Aspen, con una expresión de horror en el rostro.

—Calma —trata de tranquilizarme, pero obviamente no funciona— .Te gustará.

Hago una mueca y seguimos el camino. Cuando entramos hay un hombre y varias personas con arnés en los pies o en el pecho. Frunzo el ceño por un segundo.

Es difícil de describir. Todo es al aire libre, no hay techo en ninguna parte, el suelo es de tierra lo que me hace pensar que estamos en alguna colina o algo así, la verdad es que no presté mucha atención al camino. Hay una plataforma, o un puente, a unos pasos de nosotros, varias personas están asomadas allí.

—¡Brown! —el hombre exclama en cuanto ve a Aspen— .Hace mucho no te veía por aquí.

—Hola, Ramón —saluda Aspen— .Estuve ocupado, pero aquí estoy y con una amiga.

El hombre me mira y yo le devuelvo la mirada, un tanto desconfiada. No es anciano, ni siquiera tiene canas. Es alto y corpulento, castaño y con ojos almendras. Usa un pantalón beige, una camiseta gris con una camisa a cuadros sobre ella.

—Soy Ramón —se presenta conmigo, con una sonrisa agradable— .Dueño del lugar.

Extiende una mano, la estrecho y sonrío, con duda —Hola, soy Kayla.

Asiente, con emoción —Me alegro que vinieran. El día está precioso para lanzarse.

Abro los ojos como plato y entiendo la situación, y el lugar. Por. Dios. ¿¡En qué mierda me metí!?

—¿Lan‐lanzarse? —tartamudeo, aterrada.

—No tengas miedo —me dice Aspen—.Es liberador y sentirás una sensación que no sé compara con nada.

—¿Y es seguro?

—Esto se llama Bungee Jumping —me contesta Ramón, mirando su lugar de trabajo con cariño— .Tienes que lanzarte al vacío desde la plataforma, son unos cuarenta o cincuenta metros de profundidad.

—Eso no responde mi pregunta.

—Por supuesto que es seguro —me mira seriamente y trago grueso— .Tendrás una cuerda en la cintura, o en los pies, para sujetarte. Esa cuerda tiene un arnés especial, es elástico y caerás con fuerza, la cuerda amortiguará la caída y rebotaras.

—Sencillo —opina Aspen y me mira.

Aún con la vacilación dentro de mí, asiento. Ambos sonríen de oreja a oreja.

—Tú primero —le digo a mi acompañante.

Suelta una carcajada pero asiente. Los tres nos acercamos a la plataforma y Ramón le pregunta dónde quiere el arnés, Aspen le dice que en los pies, y se lo coloca. Tomando distancia para lanzarse, lo hace.

Suelto un grito y me asomo un poco para ver como cae.

—¿Sabes? —Ramón me mira de reojo— Él siempre vino sólo, cada vez que venía se veía enojado o molesto, pero no hoy. Hoy se ve tranquilo y en paz, y hay que darle crédito que esté contigo.

—¿Siempre vino sólo? —pregunto con verdadera curiosidad.

—Sí.

—¿Por qué?

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