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03| El príncipe Arturo

Abrí los ojos, la noche había caído, ¡Y no habían bajado a buscarme! ¡Se habían olvidado de mí! Pensaba denunciarlos, a todos.

La cabeza, por suerte, había dejado de dolerme. El resto del cuerpo, no.

No se veía nada alrededor, estaba demasiado oscuro. Intenté sentarme y me costó varios intentos. No voy a mentir, fueron más que varios.

A tientas busqué mi teléfono, rezando porque no se me hubiese roto o caído durante la caída. Pero no, allí estaba, entre caca de caballo, para mi suerte y mi desgracia.

Marqué el número de mi madre, pero ni siquiera dió un timbre cuando una voz robótica anunció que no había cobertura. ¿por qué todo lo malo me tiene que pasar a mí?

No volvería a subir al castillo, ni de coña. Mis compañeros ya no debían de estar allí, era de noche, debían de estar en sus casas durmiendo y felices de lo que habían hecho. Y yo aquí. Entre caca de caballo.

Iría hasta el pueblo más cercano, pediría ayuda y pronto estaría en casa, arropada y con una denuncia lista.

Busqué a lo que sostenerme para poder levantarme y ponerme en pie, el cuerpo lo sentía rígido y cargado, apenas podía moverme sin sentir dolor, y al respirar me dolían las costillas.

Si Stacy me hubiese escuchado decir que me costaba respirar me daría una paliza, creo que ya le resultaba lo suficientemente floja después de haberme cansado de estar de pie ayer tras tres horas cocinando. Diría algo tipo Valeria siempre estás sin hacer nada, ¿cómo te va a doler respirar?

Y yo pondría mi cara de me da igual pero en el fondo no me daba igual.

Caminé lento, es decir, muy muy lento, juro que hasta una tortuga podría ir a mi lado y para cuando me quisiera dar cuenta ella habría llegado al pueblo y yo no.

Cuando finalmente logré poner mis magullados pies sobre algo que no eran estiércol y hierba me di cuenta de que las calles ya no eran de asfalto y que tampoco había aceras, ahora todo era empedrado. Todo.

Juro que yo esta mañana para subir al castillo había andando por una acera no por suelo empedrado.

Confundida seguí caminando, seguramente sería una confusión mía, de noche no se podía ver bien. Y con el dolor de cuerpo y alma que tenía, sumando el cansancio que sentía encima podía confundirme. Seguramente sería eso.

Pero mi confusión no se fué al llegar al centro del pueblo, ahora allí no había una glorieta, sino, un gran pozo. Alumbré con la linterna de mi teléfono, pero no, no era mi maldita vista la que me estaba confundiendo, era literalmente un pozo.

Miré a mi alrededor alumbrando con la linterna, y las casas que esa misma mañana me habían parecido preciosas y turísticas, todas de estilo rústico y con cristaleras enormes, ahora estaban hechas de muros de piedras ya no eran tan grandes y había más.

¿Qué estaba pasando? ¿Qué tan fuerte había sido el golpe en mi cabeza? ¿Había muerto? Seguro la caída me había dejado más tonta de lo normal.

-Oiga, ¿qué hace fuera tan tarde?- preguntaron a mis espaldas, el alivio vino a mí como agua de mayo.

Me giré, apuntando a la persona que se diriguía a mi con la linterna en la cara. Y su rostro pasó de amable a preocupado. ¿Qué?

-Uh, lo siento, no era mi intención enfocarle con la linterna.- la mujer no parecía mucho más aliviada tras aquello. Guardé mi teléfono en mi bolsillo trasero y esperé a que me respondiera, pero solo seguía mirándome.

Una Esposa Para El PríncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora