||25||

149 14 2
                                    

25| Juncos

Tenía miedo. Vale, estaba acojonada.

El caballo galopaba a toda velocidad y yo lo "montaba" agarrandome a su pelaje.

Mis piernas estaban enrolladas lo que más podían a su torso y mis brazos se agarraban a su cuello y a su pelaje. Si le estaba haciendo daño lo lamentaba.

Me estaba mareando. Nunca había montado en caballo por voluntad propia, y a decir verdad, prefería no haberlo hecho nunca.

Pero la situación lo ameritaba. Debía encontrarlo.

Cuando creí haber llegado al lugar donde ella me había dicho, estuve por tirarme al suelo. Pero el caballo seguía galopando.

-¿¡Cómo se para esto!?- grité a la nada.

Le di una palmada en el culo, tal y como había visto en las películas de Oeste, pero para mi mala suerte el caballo dió una embestida, causando que saliera impulsada por los aires y acabara metida de lleno en todo el río.

A donde Cire me había mandado.

Estornudé nada más salir de él, esto era un asco.

El caballo relinchó. Se estaba riendo de mi el grandísimo capullo.

Era como su dueño. Dos tontos.

Le saque la lengua al caballo y miré por los alrededores. 

Ella, Cire, me había asegurado que el príncipe Arturo estaba aquí.

Pero,  ¿cómo sabía que esto no era trampa para matarme? ¿Cómo sabía ella que estaba aquí?

Miedo.

El caballo de Arturo miró atentamente entre los juncos que rodeaban cierta parte del río.

No sabía su nombre, ¿vale?

-¿Qué miras?- le pregunté en vano. Pues estaba claro que el caballo no me iba a responder.

Me asustaría si lo hiciera.

Me acerqué más al cuadrupedo, sin acercarme demasiado, vaya a ser que le diera por darme una coz.

Él seguía mirando entre los juncos, mordiendolos como si tratase de llegar  a algo escondido entre ellos.

-¿Hay algo?

Me acerqué más a los juncos, y el caballo de Arturo sin más preámbulos empezó a comerse los juncos.

Me quede mirandolo boquiabierta. Creo que se me notaba a leguas de distancia que no tenía ni pajoreta idea de caballos.

Un ruido me hizo girar la cabeza y dejar de mirar al caballo. Miré entre los juncos, tratando de apartarlos.

Pero eran demasiado pesados y altos, estas cosas debían de medir dos metros como poco, y cabe recalcar, que yo llegaba al metro y medio gracias a Diosito.

Otro ruido. Pero más claro y fuerte esta vez.

-¿Arturo?

Continué tratando de mover los juncos,  pues aunque fuesen pesados tenía que ver de donde provenian esos ruidos.

Otro.

No eran ruidos. Eran quejidos de dolor.

-¿Arturo?- pregunté esta vez más alto.

Escuché un murmullo salir de los juncos, y ahora trataba de apartarlos mucho mas rápido.

Sentía al cuadrupedo morder los juncos a mi alrededor, y romperlos para que fuese más sencillo buscar.

Una Esposa Para El PríncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora