||22||

168 13 3
                                    

22| El collar

Arturo
5.08 a.m

Mi cuerpo da una sacudida, sacandome de mi sueño conciliador. Me sucedía la mayoria de las noches, era capaz de dormirme con la mayor paz posible pero horas antes de mi hora de despertar, mi cuerpo, parecía arder en llamas, daba unas sacudidas, que el medico real llamaba espasmos y me despertaba. Y ya, no era capaz de volver a conciliar el sueño.

No creía que aquello fuese normal.

No había luz en mi alcoba, la luna y las estrellas aún decoraban el cielo nocturno, creando un camino hacía el más allá para las almas que estuvieran apresadas en este mundo.

Me paso una mano por la cara, irritado. Normalmente,  me levantaría, me acicalaría y saldría a dar un paseo por el pasillo. Pero aquella noche no, Valeria dormía plácidamente en la habitación continua y no quería despertarla.

Un relámpago rompe el cielo nocturno, era extraño. Pues, no era noche de tormenta.

Me siento en la cama y dejo que las sábanas abandonen mi cuerpo. 

Enciendo una vela y me quedo ahí, quieto, silencioso, esperando algo que no se si va a llegar.

Desde el ataque me sentía extraño, como si tuviese la sensación de que algo malo iba a ocurrir en cualquier momento.

Abro la cajonera que hay junto a mi cama, de ella saco una bolsa de tela que guardé no hace mucho en ella.

Valeria pensaba que le había hecho muchos regalos con los claveles, pero ella no sabía, que mientras estaba inconsciente mandé hacer un collar para ella, único y especial.

Bueno, único no, porque yo me había mandando hacer otro igual. Pero eso ella no lo iba a saber.

El collar consistía en la piedra preciosa que tanto le había gustado a Valeria, la calcedonia. El joyero había conservando su forma inicial, tal y como yo se la había entregado. Lo único que había cambiado es que ahora, esta era rodeada por una cadena finísima de oro que lo convertía en un colgante.

Era bonito. Extraño, único y bonito, como ella.

No se lo había dado, pues la situación no lo ameritaba, pero tenía pensado darselo en algún momento.

Salgo del camastro, necesito despejarme, llevaba unos días agobiado.

Pues, aunque madre se hubiese negado rotundamente a mi plan, a utilizarla, yo seguía dandole vueltas. Para mi, y para el consejo de magia, era la única solución viable.

Me abro paso al pasillo y con cautela para no hacer demasiado ruido, bajo las escaleras en dirección a las mazmorras.

Llevo mi espada, recién afilada y una lámpara de aceite que me servía de guía para no tropezar y caer por las escaleras.

Las mazmorras me habían causado temor siempre, tenía vagos recuerdos de mi infancia acompañando a mi padre y a mi abuelo a las mazmorras, a ver como los caballeros torturaban a los malechores o a los enemigos.

Eso casi había pasado con Valeria. Los caballeros la habían traído aquí bajo mis órdenes para ser torturada. Ellos, y yo, habíamos creído que procedía del reino de Salmes, donde había podido ser enviada por el rey Salomón.

Todas  nuestras dudas se disiparon cuando la vimos con la mirada perdida y asegurando que había sido empujada desde el mirador. Mirador que no tenemos, por cierto.

La había conocido aquí, en las mazmorras. Pero mi destino estaba en otra parte, una parte mucho más lejana, oscura y tenebrosa.

Llego hasta el final de las mazmorras, donde amarraron de manos a Valeria y girando a mi derecha, muevo uno de los ladrillos que da paso a un laberinto.

Las cloacas del pueblo. O mejor dicho, donde las peores personas, de las que hay que borrar toda existencia estan.

Camino rápido, no me gusta estar aquí. Supongo que a los que habitan aquí les gusta menos.

Mala suerte, no haber cometido crímenes que deberían pagarse con la muerte.

A quién busco no se encuentra en las primeras celdas, ni tampoco en las segundas, esa persona,  se encuentra lejos, muy lejos. Puesto que, es de las personas,  a las que más lejos han ubicado en las cloacas para que este lejos de mí.

Y yo, como idiota, acercandome.

Creo que Valeria tenía razón, soy un estúpido.  Y bastante.

Aquí abajo el aire es más denso, y una atmósfera sobrecargada y maloliente me ahoga. Puedo jurar que hasta me agobia.

Una rata pasa corriendo entre mis pies y yo me retuerzo del asco. Casi que me dan pena las personas que estan destinadas a morir aquí abajo. Casi.

Sigo caminando, a cada paso que doy me encuentro más asfixiado por la atmósfera de mierda que hay. Mis pulmones que a penas resisten el poco aire puro y mis fosas nasales que van a darse unas vacaciones por el olor a putrefacción, me avisan de que estoy llegando a mi tan poco ansiado destino.

No debería estar aquí.

Aún estoy a tiempo de darme la vuelta,  salir de las cloacas, de las mazmorras y por supuesto, de este lugar, más no de palacio.

Aún estoy a tiempo de volver a mis camastre, tumbarme y mirar al techo hasta conciliar el sueño o quedarme en vela hasta el amanecer, cualquiera de esas opciones es más que tentadora para mí.

Pero si quiero, y debo, salvar a mi reino, debo continuar con mi camino hacía delante y enfrentarme a una de mis pesadillas.

Si, ese es mi maldito deber. Como futuro rey y monarca, como herdero al trono. Como príncipe.

El temblor en mis manos me avisa de que ya estoy llegando, la llama que posee mi lámpara de aceite se va apagando lentamente. Aquí el oxígeno no es que llegara muy bien.

-Sabía que dentro de poco vendría a verme, heredero- dice una voz en la oscuridad.

Una voz que quisiera olvidar.

-Él vendrá pronto y os matará a todos, sobre todo a su amada prometida.

Me quedo mudo. Eso ya lo sabía.

-Necesitáis mi ayuda, lo se. Lo intuyo. Solo pidala, heredero. Estoy dispuesta a ofrecerosla.

Acerco la casi inexistente llama a su rostro y contemplo lo demacrado que está:

-Cire.

Una Esposa Para El PríncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora