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16||Ojos Morados

-Serás la prometida más hermosa que nadie habrá visto jamás,  también serás la mejor reina. Estoy segura de ello.

No sabía donde estaba. Era una habitación espaciosa y luminosa.

Sabía que estaba soñando. ¿Cómo lo sabía? Estaba claro, llevaba el pelo corto, muy corto para mi gusto y, según  veía en el espejo, mi rostro era más gordo a como esta ahora.

¿Sería esto también una especie de recuerdo?

-Él príncipe se quedará anonadado cuando la vea.

-¿Eso cree? Yo creo que me veo como una duquesa en un baile de princesas.

-Princesa, si me disculpa. Usted será....

-cariño- dijo un joven Arturo entrando en la habitación con un ramo de claveles en la mano.

No me dió tiempo a decir nada cuando me levanté sobresaltada.

El amanecer me daba la bienvenida desde la ventana de mi habitación. No había echado las cortinas, ¿para qué? Si apenas podía moverlas.

-Dios- murmuré.

Tenía un dolor de cabeza que debía ser insano. ¿Por qué últimamente no paraba de dolerme la cabeza?

Me levanté con cuidado del camastro y me dirigí al aseo para refrescarme un poco el rostro y la parte posterior de la cabeza, el cuello, ect.

Podría ducharme, pero no. Que en este siglo no existía ni la calefacción. Y me pondria enferma seguro.

En realidad... Si yo la inventase, me haría famosa...

No.

No se hacer un aparato para la calefacción, ni para el aire acondicionado. Bueno, tampoco se hacer mucho.

Bueno. Se regar flores y arreglar un jardín.

Cuando levante el rostro y me miré en el espejo casi me caigo al suelo del susto. Mis ojos...

O lo que se suponía que eran mis ojos. Estaban morados. Un morado tenebroso.

Asqueroso.

Me aparté del espejo queriendo borrar aquella imagen de mí. Pero en mi intento de huida me tropece y caí al suelo causando un estruendo grotesco.

Si no me mato en el intento estaría bien.

-¿Valeria?

Escuché a mi izquierda, provenía de la puerta del aseo. Pero, como tenía los ojos fuertemente cerrados, no podía saber quién era.

-¿S..Si?- tartamudée.

-¿Estás bien?¿Qué ha pasado?- preguntó.

Arturo. Era Arturo.

-Me he tropezado- mentí.

-¿Y por qué tienes lo ojos cerrados?

-Me he asustado. Al caer, digo- volví a mentir.

Sentí como Arturo me cogió de las manos con suavidad y tiro de mí para levantarme con cuidado.

Lo hize. Pero aún continuaba sin abrir los ojos.

¿Seguirían morados?¿Qué pensaría Arturo si los viera morados?

Sentí como se acercaba a mí y me tocaba el rostro con las yemas de sus dedos delicadamente. Un roce, leve, cariñoso, caliente.

Una Esposa Para El PríncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora