||45||

152 15 18
                                    

45| El rey efímero

Lo primero que sentí cuando desperté, fue la oscuridad abrumadora que me rodeaba.

El olor nauseabundo que abundaba el lugar, cómo parecía estar tumbada sobre piedras gigantes y rocosas (y húmedas) y, el sonido de algunos pequeños roedores.

No se oía nada más que el sonido de algunas ratas al aparearse o al moverse por la oscuridad.

Me quedé ahí, en silencio. Rodeada de aquella abrumadora oscuridad, era tan aburmadora que sentía su peso en mi cuerpo, cómo parecía que me empujaba cada vez más hacía aquella rocas húmedas.

Pero, ¿qué hacía yo allí? ¿Cómo había llegado?

Intenté moverme, pero el cuerpo me dolía. Era cómo si me hubiese vuelto a caer de aquella dichosa colina y todo hubiese vuelto a comenzar.

Sólo que ahora, no estaba en el campo. Desprotejida y sola sí, pero no en el campo rodeada de excrementos de caballo. Menos mal.

-¿Carcelero?- preguntó una voz.

Retumbó por toda la oscuridad y me hizo temblar.

¿Había alguien más aquí?

Quería responder pero estaba paralizada del miedo, ¡ni siquiera sabía dónde estaba!

-¿Pasa alguien?- volvió a preguntar la voz.

Sólo que está vez, si la reconocí.

No puede ser...

Ignorando todo el dolor de mi cuerpo y el malestar que me producía, me levanté del suelo.

O eso intenté, ya que mi cuerpo pesaba tanto que tuve que hacer varios esfuerzos para poder levantarme y sostenerme por mi propio pie.

Cuando me puse de pie, un leve mareo me sacudió.

Estaba sudando.  O alomejor era el agua que había a mis pies...

Prefería no saberlo.

Sentí una respiración, pausada y alejada de dónde estaba yo. Pero aquí, había alguien más.

Y creía saber quién era el dueño de aquella respiración y quién era quién me acompañaba en aquel lugar. También comenzaba a sospechar dónde me encontraba.

Otra vez, mi compañero de oscuridad volvió a hablar. Esta vez lo hizo con cierto temblor en la voz, tal vez, que yo no le respondiera le hacia temer.

Aquellos pensamientos me resultaron graciosos, en mi estancia en palacio jamás le hubiese provocado terror mucho menos lo habia visto en situaciones que acremeditaran su temor. Pero que, escuchar al ex- rey de Rinovia hablar con cierto temor, me resultaba gracioso.

Y vagamente, placentero.

Nunca había provocado miedo en nadie, aquello era nuevo para mí pero no deseado.

Aún así, una parte malvada deseaba gastarle una broma para poder continuar con el poder absoluto de la situación.

Otra parte de mí, la inocente, solo quería salir de allí fuese cómo fuese.

-¿Quién anda ahí?- volvió a preguntar.

Esta vez, tuve que hacer fuerza de todo mi autocobtrol para no reírme.

-Arturo, hijo, ¿eres tú?

La mención del nombre de Arturo me hizo detener mi marcha en seco, incluso me tambalée un poco, pero ¿qué estaba haciendo yo en aquel lugar?

Una Esposa Para El PríncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora