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48|Una de las entradas

(De siete)

Al Punto de encuentro del Mundo Mágico

-¿Cuántas entradas hay?- preguntó el rey mientras avanzábamos bajo el ardiente sol a través de, lo que en su día había sido, un frondoso bosque.

-Creo que si se lo cuento estaría rompiendo algún tipo de acuerdo mágico o algo así- respondí.

-Oh, vamos. Si íbamos a ser familia- dijo el rey.

Lo miré con una ceja enarcada y el sonrió inocentemente, aún así, una sombra de tristeza baila en su rostro.

Normal, lo había perdido todo. Entendía esa sensación.

Tal vez no recordaba nada pero le entendía. O creía hacerlo.

Cada uno éramos un mundo.

-Que se lo cuente mi padre cuándo lleguemos- me limité a responder.

Sentía que si le contestaba al rey sobre cuántas entradas hacía el mundo mágico había, aunque él ya iba a entrar por una, estaría haciendo algo ilegal.

¿Y sí me colgaban? O, ¿y sí me tachaban de traidora?

No, mejor que se esperase y que hiciese las preguntas que quisiese allí en el punto de encuentro de todos los seres mágicos.

Si, mejor.

Andar entre árboles sin vida me llenaba el pecho de angustia, era una ninfa, mi deber era proteger la naturaleza y ser parte de ella, por ello, que Salomón hubiese destruido todo un bosque para dar caza y matar a las manadas de hombres lobo me llenaba el pecho de tristeza también.

No sabía que me daba más coraje.

Debería hablarlo con Lion en cuanto volviese allí.

-Es aquí- dije, deteniéndome frente a un árbol quemado que poseía un gran hueco en su interior.

Para un efímero, aquello solo sería un escondite para niños pequeños pero para los seres mágicos consistía en la entrada al punto de encuentro mágico.

Una de las siete.

Si, había varias.

-Es solo un árbol achicharrado, Valeria- dijo el rey.

Sentí la burla en su voz.

Le cogí del brazo y lo metí a la fuerza dentro del hueco del  árbol pero nada, no hizo efecto.

El rey se quedó ahí, agachado, dentro del hueco.

Genial, si el rey no podía entrar al reino mágico, ¡moriríamos!

-Salga, se me ha ocurrido una idea.

El rey salió de ahí dentro y se posicionó a mi lado, esperando a ver que hacía.

Yo, por mi parte, me limité a coger piedras grandes, pequeñas, medianas, de todos los tamaños y a irlas apilando junto al rey. Una vez que ya tuve un gran montón me puse a su lado y comenzé  a tirar las piedras una a una hacía el hueco del árbol.

Si mi idea daba resultado, pronto habría por aquí algunos seres mágicos para ver que estaba pasando y sí estaban en peligro.

Cuando el montoncito de piedras comenzó a menguar y mi plan no daba resultados, mi ánimo decayó pero el rey, quién había estado junto a mí evaluando la situación, comenzó a tirar más piedras -incluso ramas secas- al hueco.

No nos detuvimos hasta que un grito nos alarmó.

-¡AH!

Miré hacía el interior del hueco, de dónde el chupasangre salía sobandose la sien.

Su mirada rojiza coincidió con la mía y yo me alegré más que nunca de verlo.

-¡Chupasangre!- me tiré a sus brazos incluso antes de que a él le diera tiempo a protestar.

El vampiro me envolvió con sus brazos hasta que fuí arrancada de ellos y unos brazos más fuertes y robustos me acogieron.

-¿Papá?

-¡Valeria!- exclamó, aprentandome más- Vuelve a hacer eso y te encierro en una torre, estúpida.

Yo le devolví el abrazo.

Heinherr los acompañaba. No lo había conocido hasta ese momento en persona, solo había escuchado hablar de él a través de sus padres y de su mujer en las juntas.

Se notaba que era un híbrido de Asradi y humano.

Lo saludé con un asentimiento de cabeza y el me devolvió el gesto.

-¿Rey efímero?- aquella pregunta por parte del vampiro me sacó de mis pensamientos.

Me giré y ví al chupasangre más pálido que de costumbre.

-¡Es el padre de Arturo!- exclamé, llamando la atención de todos.

El rey me miró serio, tal vez que hubiese dicho el padre de Arturo en lugar de su nombre era un factor.

Pero otro factor era que no sabía su nombre.

-Rey Adaeus Blurbull- saludó el rey a mi padre.

Mi padre hizo una reverencia burlona para el rey de los efímeros de Rinovia y le tendió una mano.

-Rey Bhumibol de Rinovia.

Aguanté una carcajada cuando escuché su nombre.

Einherr, no.

Y el chupasangre menos.

¿Nadie aquí sabíamos su nombre? Menos mal.

-¿Así que has estado en Rinovia?- preguntó mi padre acusatoriamente.

Yo me encogí de hombros.

-Buenooo, en Rinovia lo que se dice Rinovia, no. En sus cloacas, sí- respondí.

Bhumibol rió.

No, seguiría llamándolo rey.

-¿Cómo llegaste allí?- preguntó, Einherr.

-Llegando- sonreí.

-Usaste la teletrasportación- respondió el chupasangre.

Yo lo miré enarcando una ceja, no podía hacer eso, lo habíamos comprobado. La teletransportación estaba bloqueada al igual que casi toda mi magia de hechicera.

-Imposible- murmuré.

Einherr miró alrededor y hizo un gesto para que entrasemos todos en el hueco del árbol, alías el portal al punto de encuentro mágico.

-Deberíamos irnos, aquí no estamos seguros- dijo, su voz era grave y demandante.

-Usted primero, rey efímero- el chupasangre dejó pasar al rey.

Todos los mágicos vimos cómo el rey dudaba antes de entrar por el hueco y desaparecer con rumbo al reino mágico.

-Las damas primero- Einherr señaló el hueco para que yo pasase primero.

-No. Los tontos, primero- el rubio se dió por aludido, levantó las manos en son de paz y pasó por el portal desapareciendo en él.

Tras él, el chupasangre y detrás de él, mi padre y yo.

Una Esposa Para El PríncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora