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43| La Boda Real

Seguí a Lion a través del lugar, estábamos lejos de la torre pues, la cascada por la que me había precipitado era la más lejana de aquel sitio. Y dónde sabíamos que nadie nos molestaría a las ninfas jugando.

Lion era un hombre reservado, casi nadie de aquí sabía mucho de él, de hecho, pocas veces le había visto entablar una conversación con alguien que no fuese de su manada. Era un ser extraño, y no lo decía solo porque fuese un hombre lobo.

Era extraño en general.

Además después de aquel incidente con uno de los cachorros de su manada, había evitado que cualquiera de su manada que fuese menor de edad se acercara demasiado a mí.

-¿Pensando en él, nuevamente?- interrumpió mis pensamientos.

Sabía a quién se refería, no era tonta. Pero sí quise hacerme la remolona.

-¿En quién? ¿En Henry Cavill? Siempre.

Lion se rió pero no dijo nada más, supe que me había entendido.

No puedo afirmar que el treintañero y yo fuésemos los mejores amigos del mundo, ni que, mucho menos nos entendiéramos a la perfección. De hecho, casi siempre andábamos peleando.

Eso sí, Ricardo y Joe Monroe eran los primeros en mi lista de peleas diarias. Antes.

Me preguntaba cómo estarían y si ahora en Rinovia los estarían tratando bien. Las cosas en el reino de Rinovia habían empeorado notablemente, y en muchos aspectos.

Según había escuchado de bocas de algunos seres mágicos, la reina y el rey Salomón habían contraído matrimonio hacía poco más de unas semanas. Ahora, Salomón reinaba casi todos los reinos.

Pues, al ser Rinovia un aliado de todos los reinos y, al estar sus reyes bajo la custodia del maldito susodicho, ahora todo pertenecía a Salomón. A excepción del reino mágico.

No voy a mentir, las cosas estaban bastante jodidas por allí afuera.

Había contado también los días en los que había hecho fuerza de voluntad para no invocar el hechizo del espejismo y ver a Arturo. Vale, puede ser que hubiese fracasado en todos los intentos, casi todos, pero el hecho de verlo con ella me partía el corazón y me quemaba el alma.

Es que acaso él no veía que nada estaba bien. Es decir, okey estaba maldito pero en las películas siempre salía que el amor era más fuerte que la maldición. Pero ya no era el amor, era el racino.

¿No se daba cuenta de que estaba haciendo las cosas considerablemente mal?

Digo, estaba maldito. No ciego.

A quien no había sido capaz de ver era al rey. Aquel viejo que parecía odiarme con todo su ser pero que me había ayudado algunas veces, vale, casi ninguna peroooooooooo era más que el resto.

Cuando invoqué el hechizo del espejo, porque si, ya podía disfrutar de una pequeña parte de mi magia, lo único que fuí capaz de vislumbrar fue oscuridad. No lo voy a negar, pensaba que se había muerto y por eso no veía nada.

Pero, más tarde recordé aquel lugar del palacio donde no eras capaz de ver absolutamente nada. Yo solo había pisado aquel lugar dos veces, pero habían sido suficientes como para no volver nunca. Las cloacas.

Recordaba vagamente aquel lugar donde habían tenido a Cire retenida, recordaba el olor a mierda y excrementos que se respiraba nada más entrar, y el cómo, la oscuridad te consumía y se envolvía. Sí, nunca volvería a ir a aquel lugar. Pero, sí el rey estaba allí, como me decía la poca cordura que me quedaba, ¿habría que rescatarlo?

Es decir, él me había ayudado a escapar pero...

-Suerte, princesa- la voz de Lion Black me sacó de mis pensamientos.

-¿En Narnia?- preguntó viendo que estaba totalmente desubicada. Ese chiste se lo había enseñado yo, él ni siquiera sabía lo que era una película, un libro mucho menos pues se había reído de mi mitopedia...

-En Rinovia, más bien- respondí antes de comenzar a subir las escaleras para llegar a lo más alto de la torre, donde me estarían esperando.

Una vez llegué arriba, sin aliento, sentí como tras la puerta abierta, todas las miradas se fijaban en mí. Lion, quien iba detrás mío se rió por lo bajini.

-Siempre causando que todo el mundo te miré- murmuró pasando por mi lado.

-¿Y yo qué hago si les soy agradable a la vista?

Volvió a reír mientras entrábamos completamente a la sala. El consejo de magia ya estaba en su lugar.

Mi tía, me sonrió desde su lugar pero su sonrisa era triste, no tenía nada que ver con su efusiva personalidad y sonrisa habitual que la acompañaba siempre. Algo malo estaba pasando, sí.

-¿Y bien?- pregunté expectante.

Si algo había aprendido en aquellos meses era que era mejor soltarlo todo de un tirón y que doliese lo que debía doler, que esperar a que te pintaran la realidad de una forma menos dolorosa para al final darte la hostia y que te pillara por sorpresa.

Nadie habló, de hecho parecía que ni respiraban.

-No queremos que te enfades- dijo de pronto el chupasangre.

Junté mis cejas, confundida, ¿Por qué me iba a enfadar?

-¡Mira es que no puedo!- exclamó entonces mi tía. Se levantó de un salto de su asiento junto al resto y se acercó a mí para acariciarme el rostro.

Yo solo estaba ahí, existiendo. Y confundida.

Y justo cuando yo iba a hablar mi tía se adelantó y me soltó la gran y hermosa noticia.

-Se van a casar.

Quise preguntar quienes pero lo sabía, vaya que sí lo sabía.

Me quedé en silencio durante unos instantes, asimilando todo. Se iban a casar, ¡a casarse!

Se decía muy a la ligera pero era muy grave. Horriblemente grave.

Quise hacer como que no me dolía, como que aquello no me importaba tanto. Pero dolía, vaya que si dolía.

No estaba enfadada, estaba devastada.

Una tristeza inmensa me invadió el cuerpo.

Y no fuí capaz de fingir nada, estaba harta de hacerlo. ¿Y qué si esta gente me miraba con pena?

Quise llorar, gritar, romperlo todo, ocasionar un huracán, no sé, quise hacer tantas cosas que lo único que fuí capaz de hacer en aquel instante fue acercarme hasta mi padre que me miraba cauteloso, sentarme en su regazo y abrazarlo mientras mi mirada se perdía en algún punto de la sala.

No dije nada, no dí explicaciones, no me enfadé como todos ellos esperaban. No, me senté y dejé que mi padre me rodeara en un abrazo cariñoso y fraternal y dejé a mis pensamientos vagar.

Vagar buscando soluciones, vagar intentando escapar. Simplemente vagar, pensando en todo y en nada.

No fué hasta horas después que me levanté del regazo de mi padre, a los ojos expectantes de todos los seres mágicos, y emprendí mi marcha para salir de aquella torre.

Nadie me detuvo, nadie me dijo nada, pero no hizo falta porque antes de llegar a la puerta para bajar las escaleras, sin volverme hablé:

-Impidamos esa boda.

Una Esposa Para El PríncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora