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49| Problemas en Rinovia

Narrador Omnisciente

El aire estaba cargado y tenso a partes iguales, el reino de Rinovia -y todos los reinos efímeros- habían caído en picado desde que, el rey Salomón y el brujo Ciro, habían tomado el control absoluto.

Ni siquiera corría una corriente de aire, el aire y cualquier elemento natural que no fuese el fuego, habían desaparecido casi por completo.

Las reservas de agua estaban casi extintas y la lluvia había pasado a un plano secundario en cuanto del clima se trataba.

Los días en Rinovia ahora consistían en calor, calor y mucho sol.

Si no llovía pronto y con abundancia, y los caballeros sabían llevar el agua hasta los lugares de reservas y pozos, todos los reinos efímeros se verían bastante perjudicados.

Cire, quién estaba al tanto de la situación pero poco le importaba, se proponia a sí misma darse un baño de agua caliente.

-Hay poca agua, deberíamos guardarla y racionarla- dijo Arturo, quién había seguido a la joven hasta la sala de aseo de sus aposentos.

Ella, con los ojos verdes, miró a los del joven y hechizado príncipe,  del mismo color.

Un escalofrío le recorrió la espalda al joven príncipe.

Había pasado algo, lo sentía. Pero no recordaba el qué.

-Estas extraño querido- dijo, la joven- ¿Seguro que nada te atormenta?

La joven clavó sus ojos verdes en los de él, cercionandose de que nada estuviese mal.

Otro escalofrío recorrió el cuerpo del joven príncipe.

-Sí, seguro.

-Bien, ¿quieres que nos demos un baño juntos?- preguntó- Como dijiste que había que guardar agua...

Aquella insinuación hizo estremercese al verdadero Arturo que se encontraba encerrado en su propio cuerpo, viendo la escena desde un tercer plano, sin poder hacer nada.

Que diga que no, imploró.

-No.

La joven miró anonadada a su futuro esposo, no debía rechazarla.

No podía rechazarla.

-Me encuentro indispuesto- trató de sonar más seguro el futuro monarca.

La joven asintió poco convencida y se volvió para comenzar a desprenderse de la ropa para poder darse su baño de agua caliente.

El hechizado Arturo de Rinovia salió de la sala de aseo antes de poder ver más de lo que él mismo se permitía.

En el fondo sabía que nunca se permitiría ver a otra mujer que no era la que amaba en realidad.

Salió de la habitación que compartía con la joven Cire y se dirigió al pasillo, por la izquierda.

Se quedó parado junto a la puerta que había al lado de la de sus aposentos.

No sabía que le pasaba.

Sabía que algo había cambiado.

Desde que hace un par de días había bajado a llevarle la comida de la semana a su padre, algo se había quedado en su interior.

Una Esposa Para El PríncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora