El chico del binder

58 15 8
                                    

París tenía un ASMR y una clase online sobre páginas web reproduciéndose a la vez, lo que hacía que estuviese acompañado del sonido de un tren en movimiento y del conocimiento técnico de un programador con cabello de Einstein mientras preparaba lo...

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

París tenía un ASMR y una clase online sobre páginas web reproduciéndose a la vez, lo que hacía que estuviese acompañado del sonido de un tren en movimiento y del conocimiento técnico de un programador con cabello de Einstein mientras preparaba los futuros post para una cuenta sobre vidas saludables. Era una de las que tenía bajo su control desde que se hizo community manager.

Dorian cantaba algo de David Bowie en la cocina, balanceándose de un lado al otro y con el sonido del aceite de fondo. Estaban acostumbrados a los sonidos del otro y París, que siempre trabajó en ambientes ruidosos, lo encontraba absolutamente normal e incluso un poco acogedor.

Sólo ese grito repentino no pertenecía a los sonidos usuales de ninguno de los dos.

París giró en su silla para ver si Dorian se había quemado con el aceite y su compañero se volvió hacia él para descubrir que continuaba sentado en el alféizar que le pusieron a la ventana. Ninguno de los dos había soltado ese grito agudo, pero tras intercambiar una mirada, entendieron de quién debía ser.

Los Farage ya debieron encontrar algo más extraño que comida que lucía podrida durante un rato.

París pausó los dos vídeos y se levantó. Dorian apagó la cocina y salieron del apartamento juntos.

Hubo otro grito agudo cuando estaban en el pasillo y la voz de Meissa los alcanzó en las escaleras.

La señora Jo, la dueña del edificio, estaba de pie en el corredor, intentando calmar a Suhail, que trastabillaba de un lado al otro con una prenda de ropa atorada al nivel de los hombros y sus brazos y cabeza atrapados dentro. Meissa pretendía sostenerlo para que no se cayese, Roma apartó del medio una maleta a un lado de él y Suhail gritó más fuerte cuando Luján quiso acercarse para ayudarlo.

—¡Seguro esto también es cosa tuya!

Luján emitió un sonidito indignado.

—¡No soy yo quien lo está haciendo, lo juro!

—¡Sí, claro!

París y Dorian intercambiaron miradas. No tenían idea de si debían intervenir, y de hacerlo, de qué manera.

Tampoco hizo falta. Hubo un ligero sonido similar al choque de dos agujas y la tela pareció ceder de la fuerza invisible que la mantenía apretada alrededor de Suhail, liberándolo. La prenda cayó sobre su torso y él intentó recuperar la respiración.

Sacudió el brazo para apartar a Luján apenas este se acercó y la señora Jo siguió preguntando qué sucedía.

—Nada, nada, regrese adentro —Luján la tranquilizó mediante gestos y la envió escaleras abajo.

SerendipiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora