La pareja que cuenta historias

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Tan pronto como se marcharon, Roma se reunió con París y Meissa para planear cómo acercarse a los dueños del edificio de forma sutil y les advertía que tenían que comportarse

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Tan pronto como se marcharon, Roma se reunió con París y Meissa para planear cómo acercarse a los dueños del edificio de forma sutil y les advertía que tenían que comportarse. Luján y ella estaban un poco encariñados con los ancianos.

Apenas se pararon en su puerta, la señora Jo exclamó feliz y abrió los brazos para atrapar a Roma. Ella puso una sonrisa incómoda y se mantuvo algo rígida bajo su agarre. Ya se había acostumbrado al contacto de sus amigos, pero como este no era frecuente, cuando ella la abrazaba su mente todavía se quedaría en blanco por un instante.

—¿Van a entrar? Pasen, pasen- ¡estoy haciendo galletas! Oh, París, niño lindo —Ella presionó un beso sonoro en la mejilla de París en cuanto le pasó por un lado—. ¿Recuerdas los trucos de horneado que me diste la última vez…?

—¿Le funcionaron? —preguntó París, con una sonrisita.

Ella le apretó las mejillas.

—Eddie y yo jamás habíamos comido nada tan divino.

Al notar la presencia de Meissa, con la que no estaba tan familiarizada como ellos dos, la señora Jo sonrió más y sujetó sus manos, volviendo a saludarla y presentarse como si creyese que a Meissa se le podía olvidar el nombre de su casera.

De esa manera, los tres lograron su objetivo de colarse en el apartamento de los ancianos. Roma miró a París de reojo y le mostró un pulgar arriba. Él imitó el gesto. Luego fue a ofrecerse a amasar en lugar de la señora Jo para que no le doliesen las muñecas.

—No, no, ¿cómo voy a dejar que mis invitados lo hagan…?

—Pero le va a doler, a mí no, me gusta hacer galletas, está bien…

Roma le hizo un gesto a Meissa para que caminasen un poco más allá. El apartamento en la planta baja era largo, pero estrecho, por lo que se podía acceder a una pequeña cocina o a la sala con algunos muebles antiguos, pero ambos estaban conectados por un corredor en su interior, con las paredes cubiertas por pinturas de óleo. Calles de pueblos antiguos, casas en el campo, colinas con flores, todo aquello que se podría esperar que estuviese dentro de sus intereses.

Se toparon con el señor Eddie al otro lado del corredor, cortándoles el paso hacia la sala. Roma se detuvo primero. Él tosió un poco y luego las saludó y preguntó por su esposa.

Roma le indicó a Meissa que era a él a quien debían seguir cuando empezó a moverse hacia la cocina. Tecleó en su teléfono y le mostró la pantalla:

"A la señora Jo se le olvidan las cosas que le preguntas porque se distrae, entonces tarda mucho en contarte algo. El señor Eddie detiene todo lo que está haciendo para hablarte, es más rápido".

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