La mujer que habla de casualidades

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El segundo día de su visita a los Farage, Halim les preguntó si querían acompañarlo a ver a su retoño

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El segundo día de su visita a los Farage, Halim les preguntó si querían acompañarlo a ver a su retoño. Ellos intercambiaron miradas vacilantes, mientras Meissa se echaba a reír.

—Su "retoño" es la primera tienda que tuvieron —les explicó, divertida por sus reacciones.

Ninguno estaba seguro de qué tiendas pertenecían a los Farage con exactitud, sólo el tipo de mercancía que tenían, por lo que hubo bocas abiertas y un par de parpadeos aturdidos cuando el auto de Aziz se detuvo en el centro de la ciudad, frente a un edificio de tres pisos.

París observó a Suhail y lo retó, estrechando los ojos:

—¿Lo vas a decir de nuevo? ¿Cuántas tiendas tienen?

Suhail realizó un rápido conteo mental.

—Seis. Siete si Aziz abre la otra que manejará solo.

El establecimiento era tan grande como un almacén, con hileras de rollos de tela organizados por pequeños carteles que avisaban de qué tipo eran y los usos más comunes, evitando las confusiones de los clientes. Más de diez cajas registradoras se encontraban a un lado, y al fondo, había una escalera amplia que daba al siguiente piso, que era muy similar a este.

Sólo el último piso variaba un poco, porque era el que tenía más maniquíes con prendas improvisadas de trozos de ropa, algunos conjuntos ya hechos en exhibición y una sección similar a una mini tienda dentro de la tienda mayor, con bisutería y todo tipo de artículos necesarios para la costura, como cierres, velcro, botones y cintas.

Meissa llevó a Roma y a París a "cambiar" a un maniquí. Básicamente, podían elegir cualquier tipo de tela y formar una prenda con esto. Ella les mostró cómo hacer un vestido en un momento con algunas vueltas y un par de alfileres, diciéndoles que la idea era que los clientes pudiesen ver las telas más allá de los rollos y ser más imaginativos.

Aziz siguió a su padre a la trastienda para revisar algunos pedidos y Dorian iba tras Halim, haciéndole preguntas que los demás no podían oír, con bastante interés.

Luján observaba un maniquí con una falda alta y una prenda escotada que también eran producto de algunos giros y alfileres, sin poder creérselo.

Suhail notó su expresión, vio al maniquí y volvió a fijarse en Luján, arqueando las cejas.

—¿Te gusta el damasco?

—¿El damasco no es el de las armas? —Luján bajó la voz—. ¿El que se hace con varios aceros?

Supo su respuesta sólo con ver que se echaba a reír.

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