Las chicas que juegan

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Roma usaba una pijama de Meissa

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Roma usaba una pijama de Meissa. Le quedaba grande en los hombros y el área del pecho, pero apretada a la altura de la cadera. A ella le sucedía al revés. El pantalón, que a Meissa le quedaba flojo, parecía haber sido hecho para ella.

Meissa encontró la imagen tierna y divertida a partes iguales. Desde el borde de la cama, donde se recogía el cabello sin cuidado, veía a Roma pararse frente al espejo de cuerpo entero oculto en el interior de la puerta del armario y girar para examinarse.

Roma tenía las pijamas divertidas, que eran como la de chikorita, y las pijamas aburridas, que eran conjuntos de dos piezas. Había llevado una pijama aburrida para ese fin de semana, porque no sabía cómo iban a reaccionar los Farage a un snorlax de algodón paseando por su casa durante la noche, pero se ensució cuando estuvo preparando un bocadillo nocturno a escondidas con Meissa y se ponía incómoda y ansiosa usando ropa manchada.

Ella lo entendió y le dijo que tomase otra pijama del armario. Esperó que se cambiase y sólo un par de sus "sándwiches" de galletas de chocolate y crema desaparecieron de la bandeja.

Antes salieron del cuarto en silencio, aguantando las risitas para evitar a los chicos. Meissa estaba decidida a que esta fuese su noche. Si París se hubiese enterado, querría comerse todo.

Cuando estuvo segura de que el cabello no le caería sobre el rostro o los hombros cada cinco segundos, Meissa extendió los brazos y apresuró a Roma a acercarse.

Roma se tendió en la cama y robó uno de los bocadillos de la bandeja. Meissa, en la misma nube de felicidad en que llevaba todo el fin de semana porque fuese la primera chica quedándose en su cuarto, se recostó a su lado.

—Bien —Meissa se acomodó de lado y sacudió sus manos después de robar otro bocadillo—. ¿Qué sueles hacer cuando te quedas con Lu?

Roma lo consideró durante unos segundos. Luego comenzó a enumerarlo.

Como Meissa quería la experiencia completa de la "pijamada de chicas", Roma le preguntó si le pintaba las uñas. Luján siempre se las pintaba a ella.

Meissa observó sus propias uñas durante unos segundos y arrugó la nariz.

—Me gusta la pintura de uñas…pero no creo que sea para mí. Se me cae muy rápido en las manos —le explicó, mostrándole sus uñas con un simple brillo sin color.

Roma asintió. Tenía sentido. A ella también se le caía en "trozos" la pintura en unos dos o tres días.

De pronto, Meissa saltó de la cama con una sonrisa.

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