La chica que es valiente

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Meissa tuvo esta idea en el trayecto de regreso al edificio

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Meissa tuvo esta idea en el trayecto de regreso al edificio. Compartían asiento en el autobús y Roma se había quedado dormida con la cabeza en su hombro, con sus sentidos sobrecargados. Antes pasearon por el parque un rato, Roma le presentó al viejo guardia con una seña que significaba "el abuelo" y comieron en la cafetería en que la dueña la trataba como si fuesen familia y los empleados la conocían como cliente frecuente.

Durante la noche, Meissa buscó algunos de sus brazaletes y se los colocó uno tras otro en una muñeca. Por debajo deslizó la carta, de manera que quedaba contra su piel y atrapada entre los brazaletes.

Lo tuvo así durante un largo rato antes de acostarse, por lo que no parecía haber nada fuera de lugar en su pijama a pesar de esto. Como si sólo se durmiese con un collar puesto.

Para que las cadenas aparecieran, nada más estaban ellas dos en el cuarto y se pasaron un largo rato hablando en las semi penumbras. La única luz era una lámpara tenue detrás de Roma para que no forzase la vista mientras usaba la tablet de dibujo ni escribiendo sus respuestas en el teléfono. La apagó pronto.

Se quedaron dormidas casi sin darse cuenta y el plan se puso en marcha.

Meissa se despertó con los primeros rastros de una presión sobre el cuerpo, pero no se movió y contuvo cualquier quejido. La segunda vez que apretó, casi le corta la respiración. Entonces se retorció un poco y consiguió mover el brazo.

Presionó su brazo contra el colchón y lo frotó para sacar la carta del agarre de los brazaletes. A pesar de que tenía cuidado, podía sentir el agarre de las cadenas aumentando.

Tenía miedo, sí, pero también sabía que sería temporal. Y Roma estaba allí. Estaría bien. Sólo debía aguantar un poco.

La carta se deslizó por el colchón y ella la envolvió con su mano.

Luego abrió los ojos.

En esos segundos en que las cadenas se retiraban para desaparecer, Meissa se sentó deprisa y presionó la carta de la Jaula contra la cadena más cercana.

Esta se quedó allí por un instante. Después las cadenas perdieron "vida" y cayeron con el ruido que hace el metal al golpear el suelo. Y se desvanecieron por última vez.

La carta acabó en el colchón. Meissa jadeaba para recuperar el aliento y casi no podía creer lo que hizo.

¡Lo logró!

—¡Rom…!

Roma se había despertado ante el débil forcejeo, pero no podía moverse si querían que el plan funcionase, así que en cuanto las cadenas se sellaron, se levantó y fue hacia la cama. Se sentó en el borde y empezó a revisar a Meissa en busca de alguna herida o marcas de la cadena.

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