❝A veces cuando buscas algo, encuentras una cosa completamente diferente. No es casualidad. No existen las casualidades❞
Suhail y Meissa creen que han elegido un edificio por casualidad, porque las circunstancias los empujaron en esta dirección, sin...
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Roma tenía este sueño desde hace dos días.
Se alejaron del edificio en llamas. El suelo todavía estaba cubierto de barro y necesitaban ir hacia cierto lugar, pero algo sucedía en el camino. Quizás tomaron un desvío por la multitud que los seguía.
Quedaban tres en su grupo. Alguien tiraba de la mano de Roma durante el resto del camino y la jalaba hacia abajo para esconderse entre los arbustos.
Las imágenes se volvían difusas hasta que la multitud pasaba y parecía encontrar lo que querían.
Esa persona gritaba y sollozaba. Roma quería ir con ella, pero era jalada de nuevo hacía abajo.
Y esos dos días se despertó aturdida por el sonido de los gritos en su sueño y los de Meissa en el cuarto.
Tan pronto como se levantaba del colchón en el suelo, las cadenas sobre Meissa se desvanecían. Ella se sentaba en la cama, jadeando y sosteniéndose el pecho, cubierta de sudor y con lágrimas en los ojos.
Roma sólo podía sentarse junto a ella, rodearla con los brazos e intentar calmarla. Solía volver a quedarse dormida así, medio apoyada en Meissa.
Ya deberían haberlo solucionado, en su opinión. Luján les dejó la carta, pero si Roma la lanzaba no surtía ningún efecto y Meissa estaba dormida cuando las cadenas aparecían. No conseguía arrojarla apenas se despertase.
Esa noche, hicieron la primera prueba grupal. Se reunieron en el apartamento de Luján y se prepararon para otro momento aterrador cuando unas cadenas saliesen de la nada.
Luján conectó una consola al televisor y armó una especie de torneo de juegos de hace una década. Una versión vieja de Mario Kart pronto fue el más popular.
A Suhail no se le daba bien jugar y era un terrible perdedor. Comenzaba a mascullar en árabe o en francés cuando perdía, y al llevar una racha de pérdidas, sus frases mezclaban dos o tres idiomas cerca del final de la última vuelta, al darse cuenta de que iba a perder de nuevo. Meissa se reía o lo regañaba por lo que fuese que estaba diciendo.
París jugó un par de carreras, pero luego se metió entre los brazos de Dorian, se sentó en el espacio entre sus piernas y apoyó la espalda contra su pecho. Parecía bastante cómodo. Lo animaba a recoger todos los objetos que servían de "trampa" para los demás jugadores, se reía cuando se los lanzaba a Suhail y le daba un beso en la mejilla a Dorian si llegaba en primer lugar.
Meissa alcanzaba los primeros cinco puestos cada vez y se sentía bastante orgullosa de sí misma.
La verdadera competencia era entre Dorian y Roma, quienes se disputaban el primer lugar en cada carrera. Incluso en los circuitos más difíciles sólo hubo una diferencia de milisegundos entre la llegada de uno y el otro.