Quienes están de visita

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París estuvo diez segundos exactos parado ahí, con la boca abierta

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París estuvo diez segundos exactos parado ahí, con la boca abierta. Luego le dio un golpe sin fuerza a Suhail en el brazo.

—¡Tienen piscina!

—Mi padre tiene problemas en la columna, nadar le ayuda —respondió Suhail, con la calma de alguien que no entendía el punto.

—Estoy viendo dos piscinas, Suhail.

—Es una piscina con división. La otra es más pequeña y fue donde nos enseñaron a nadar de niños y donde se relajan cuando tienen calor pero no quieren estar nadando…

Cuando Aziz les echó un vistazo por encima del hombro, París se convirtió de inmediato en un ejemplo de buen comportamiento. Luján hizo una broma en voz baja sobre que casi podían ver la aureola sobre su cabeza.

Aziz los había recogido en persona y el auto se detuvo al borde de un camino de piedras que llevaba a la entrada. Una mujer acababa de salir y avanzaba hacia ellos deprisa. Usaba un hiyab, anillos dorados en los dedos y un bonito pintalabios púrpura.

En cuanto se encontró frente a ellos, comenzó a murmurar en una mezcla difusa de palabras árabes, francesas y en español, mientras abrazaba a Meissa. Se notaba que quería abrazar a Suhail también, pero vio a los demás de reojo y se limitó a sujetar sus manos y atiborrarlo con preguntas en tres idiomas.

Meissa se paró junto a su madre y carraspeó. Hizo las presentaciones. De algún modo, el ambiente se volvió menos tenso cuando Mahsati Farage se rio al ver a París y exclamó un:

—¡Tu cabello es precioso! Qué colores tan lindos tiene y se ven muy bien, normalmente los colores así no quedan tan bien…

Luego se fijó en el cinturón de Roma y pareció aún más feliz, felicitando a su hija por lo mucho que había mejorado y diciéndole a Roma lo linda que lucía, hasta que la chica empezó a sonrojarse y sólo podía devolverle una sonrisita.

Lo que más los sorprendió fue cuando Mahsati hizo algunas señas. Fueron un poco lentas, pero las entendieron bien. Roma observó a Meissa, impresionada.

—Mamá quiso aprender por su cuenta, yo no se lo pedí —aclaró Meissa, sacudiendo la cabeza.

—Todavía no soy muy buena —La mujer sacó de un bolso que tenía un libro diminuto de lengua de señas, sonriendo—, pero voy a mejorar. Debí haber aprendido mucho antes en realidad. Todos deberíamos aprender.

Cuando siguieron hacia la casa, la tensión casi había desaparecido por completo. La madre de los mellizos era toda sonrisas y tono suave, haciéndoles preguntas sobre sus preferencias en la comida y si tenían alergias a algo. Les dijo que podían pasear por la casa, ir al invernadero o a la piscina si querían.

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