El chico que acompaña

40 15 7
                                    

Suhail rodeó el charco de agua que salía por debajo de la puerta del baño, fue hacia la cocina, agachó la cabeza para esquivar la carta de la Orquídea que se movía por sí misma de regreso al mazo de Luján y abandonó sus intenciones de cocinar cuan...

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Suhail rodeó el charco de agua que salía por debajo de la puerta del baño, fue hacia la cocina, agachó la cabeza para esquivar la carta de la Orquídea que se movía por sí misma de regreso al mazo de Luján y abandonó sus intenciones de cocinar cuando se encontró con la comida podrida en la alacena.

Exhaló, se giró y se recargó en la encimera.

Este era el momento de su día en que se preguntaba si había perdido la cabeza. Le gustaba cuestionárselo dos o tres veces por día desde que notó que se estaba acostumbrando a esto. Sentía que lo ayudaba centrarse.

Apenas oyó a Luján salir de su cuarto, empezó el recuento:

—El baño se inunda con agua falsa, la comida se volvió a pudrir de forma temporal y tu carta casi me golpea la cara. Otra vez.

—¿Qué carta? —La pregunta de Luján fue interrumpida por su bostezo, por lo que sonó distorsionada.

—La de siempre, la Orquídea.

Luján asintió, sin parar de parpadear repetidas veces. Andaba sin zapatos y sin camiseta, con un pantalón de algodón por pijama que le caía hasta la línea de la cadera y el cabello suelto, tan desordenado que lucía como un nido de pájaros marrón y verde.

Sólo cuando entró a la cocina y vio la alacena llena de comida podrida de forma temporal, emitió un débil quejido y debió terminar de asimilar lo que Suhail le dijo, porque dejó caer los hombros.

Suhail había seguido sus movimientos con la mirada, hasta que Luján lo vio de regreso. Entonces volvió a girar el rostro para evitarlo.

Luján se fijó en su uniforme.

—¿Ya regresaste?

Suhail asintió. Tuvo el turno de desayunos ese día. Era el más corto porque también era más trabajo y los demás empleados no lo querían. Dorian casi lloraba de felicidad cuando le dijeron que no tenía que volver a estar allá a las cuatro de la mañana.

—¿Estás cansado? —continuó Luján, que decidió que si el apartamento no le quería proporcionar comida, se contentaría con agua.

—¿Tú qué crees? —Suhail flexionó los brazos en el borde de la encimera y puso su cabeza entre estos.

La noche anterior hubo pasitos y algunas risas. Se dividieron en equipos de dos para recorrer los pisos del edificio antes de dormir. Le tocó con Dorian, que estaba de un humor tan parlanchín que temió que París lo hubiese contagiado de algún modo. Después se dio cuenta de que era precisamente porque le estaba hablando de París, así que se quedó mirándolo un momento y luego decidió no decir nada, porque no era asunto suyo.

SerendipiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora