La chica que observa

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Ojalá se hubiese detenido allí

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Ojalá se hubiese detenido allí. Siguiendo las teorías de Roma sobre sus presencias en el edificio, nada sucedió durante la mañana en que hubo ausencias ni en la tarde en que Dorian se encontraba en la cafetería.

Pero tan pronto como Dorian puso un pie en el edificio después de su turno, en cada apartamento se repitieron los sonidos de una multitud y los destellos de las antorchas.

París salió corriendo de su apartamento y se encontró a las chicas en el corredor. Se aferró a Roma enseguida. Suhail salió a trompicones de su propio apartamento, seguido por Luján, y después presionó la espalda contra la puerta, intentando mantenerla cerrada.

Dorian había corrido escaleras arriba al oír un grito de París y se encontró a los cinco a punto de bajar.

—¿Las cartas…?

—Ya lo intenté —lamentó Luján. Y como todavía había ruidos de pasos en los apartamentos, era claro que no funcionó.

Aun así, mientras los seis bajaban y los pasos volvían a acercarse, Luján probó de nuevo. Atrajo la carta a su mano y la arrojó en dirección a los destellos de las antorchas.

Nada.

Luján lloriqueó en voz alta, atrajo la carta de nuevo y les dijo que corriesen. Nadie tenía ganas de descubrir si los quemarían al atraparlos.

No hubo una visión extraña cuando abandonaron el edificio esa vez, pero tenían la impresión de que su cansancio excedió un límite máximo que no les permitía lidiar con esto de nuevo.

Luján apoyó las manos en sus rodillas y exhaló, doblándose desde el abdomen.

—Voy a…preguntarle a Alí si nos recibe —Miró de reojo a Roma para recibir una confirmación en forma de asentimiento y luego se fijó en París, que se encogió de hombros.

Dorian recordó que había dejado su teléfono en el apartamento antes de ir a trabajar y no conocía el número de nadie de memoria. Por su expresión, no le apetecía regresar adentro, y cuando París se ofreció a volver rápido para buscarlo por él, lució aún peor, así que decidió no intentarlo.

Los Farage probablemente deberían dar algunas explicaciones si regresaban a su casa en la noche sin previo aviso. Suhail no paraba de sacudir la cabeza y Meissa tenía una expresión mortificada.

Media hora más tarde, un grupo de seis liderado por Luján se apretaba en un estrecho corredor de otro edificio a dos calles de distancia.

—Lo siento —Luján intentó adoptar una expresión lastimera.

—Nos salvas la vida —dramatizó París, dándole una palmadita en el hombro.

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