La chica confundida

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Meissa tenía una crisis

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Meissa tenía una crisis. Una muy importante.

Comenzó esa mañana de regreso en su apartamento cuando Roma le tocó la espalda para pedirle que se hiciese a un lado y poder abrir la puerta del refrigerador. Meissa saltó y retrocedió, de pronto demasiado consciente de todo tipo de contacto y sintiéndose paranoica.

Esto era común. No entendía su propia reacción. Roma con frecuencia le tocaba el hombro, la espalda o el brazo para pedirle permiso para pasar o que le tendiese algo. Era apenas un roce de un segundo y servía de alternativa para no tener que llamarla con chasquidos o sonidos ininteligibles cuando no estaban frente a frente.

Pero a lo largo de ese día, se percató de que era diferente. No se debía a Roma. Ella se comportó como siempre. Cocinó, comió y se dedicó a dibujar el capítulo de esa semana de un cómic.

Definitivamente era Meissa. Y lo que fuese que sucediese, era algo que sólo ella podía determinar.

Pero después de pensarlo durante un largo rato, no le pareció encontrar una respuesta con sentido. La que más se aproximaba era absurda.

Como todavía no sabía qué había pasado, seguía tensa durante la tarde y casi saltó cuando Roma se tiró en el sofá a su lado y le preguntó con la pantalla de su teléfono si quería que fuesen a ver una película.

Aunque le contestó que sí porque sonaba a una película interesante, no pudo prestar mucha atención. Se pasó la mayor parte del tiempo tensa, echándole miradas de reojo a Roma y preocupándose porque pudiese arruinar algo por una estupidez.

En cierto momento, Roma notó que la veía y giró el rostro, arqueando las cejas en una pregunta silenciosa.

Meissa quiso huir.

Al día siguiente, salió bien temprano con su laptop y le dijo que tenía algo que hacer con su hermano. Roma asintió y le preguntó si quería que cocinase para ambas, así tendría su plato para cuando regresase.

Por dentro, Meissa quería llorar de la desesperación porque Roma era muy dulce y ella seguía en crisis. Y tenía la sensación de que, mientras mejor fuese Roma, peor sería ese pánico sin nombre que se la estaba tragando.

Le dijo que no y atravesó el pasillo corriendo. Suhail le abrió con una expresión de absoluta irritación que se calmó un poco al ver que se trataba de ella.

La voz de Luján y su risa llenaba la sala. Ocupaba el sofá de un lado al otro, con la cabeza en el reposabrazos, y tenía el teléfono en la oreja. Al notar que Meissa entraba, se detuvo un momento y le dijo que podía regresar a su cuarto si le molestaba.

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