El chico enamorado

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Luján contempló las cartas durante largos segundos en el más absoluto silencio

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Luján contempló las cartas durante largos segundos en el más absoluto silencio.

Cuando les preguntó acerca de los Farage, deslizó una carta fuera de cada uno de los dos mazos que tenía ya barajeados. La Figura fue la primera en ser volteada. Era una carta con una silueta difusa en medio de un sendero que se perdía de vista en el horizonte. No tenía rostro, y para que respondieran a su energía, Luján había escrito su nombre en un espacio vacío en la parte inferior de la imagen.

La segunda carta, la del otro mazo, era un siete de Ojos. Una carta blanca y azul con siete ojos abiertos y pupilas en diferentes ángulos, conectadas entre sí por un hilo.

La Figura es una negativa a influir —masculló de mal humor—, no me quiere dar una respuesta. El siete de ojos es una lección…que tiene que ver con el pensamiento. ¿Con las ideas?

Esta era una lectura demasiado extraña para que pudiese interpretarla de acuerdo a lo que preguntó, así que Luján hizo un segundo intento. Puso cada carta en su mazo, los barajeó por separado y los devolvió a su lugar anterior.

Podía sentir las miradas fijas de Roma y París, uno de sus vecinos de arriba, pero no le hacían vacilar. Su concentración era absoluta, sus manos eran guiadas por una fuerza suave y amigable y casi podía percibir una presencia apostada tras su espalda.

—¿Puedes darme una señal? —repitió Luján, dirigiéndose a las cartas.

Eligió un mazo, extrajo la carta y la puso frente a sí. Hizo lo mismo con el segundo mazo.

Les dio la vuelta.

Su ceño se volvió a fruncir.

—De nuevo la Figura —musitó París—. ¿Eso es malo?

—No sólo es la Figura —Luján la rozó con un dedo—, es la Figura Invertida. Estoy haciendo la pregunta incorrecta.

La segunda carta en salir fue luna menguante en uno.

—Malos presagios —Luján suspiró.

No estaba siendo nada claro. Se suponía que esto debería estar ayudándoles.

El grupo se encontraba en la alfombra del cuarto de Roma, dentro de una estructura alzada con mantas, cajas y cuerdas que ella usaba para relajarse. Su única iluminación era una linterna colocada en la parte superior.

Roma le observaba con una expresión seria, sin hacer un solo movimiento. Aunque podía hacerse una idea de cómo interpretar las cartas, este era el mazo de Luján y sabía que no debía tocarlo sin permiso.

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