Quienes recuerdan

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Si Luján creía no haber visto a nadie sonrojarse tanto fue sólo porque todavía no veía a Suhail dar un salto cuando lo estaba besando y París abría la puerta de golpe

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Si Luján creía no haber visto a nadie sonrojarse tanto fue sólo porque todavía no veía a Suhail dar un salto cuando lo estaba besando y París abría la puerta de golpe.

Consideró seriamente si alguien podía entrar en combustión espontánea mientras los oía pelearse.

—¡Avisen o algo...!

—¡No tengo nada que avisarte! —replicaba Suhail, cubriéndose parte del rostro con una mano para evitar mirarlo.

Luján intervino en la discusión rozando la mejilla de Suhail con los nudillos. Él le miró de reojo, ceñudo y muy sonrojado, pero paró de pelearse con París.

Claro que París no era tan fácil de calmar y a la hora del desayuno ya parecía que no quedaba una persona en la casa que no se hubiese enterado.

Luján evitaba la mirada conocedora de Roma y Suhail le decía algo en voz baja.

—Después. Hablemos después —indicó, echando un vistazo hacia sus hermanos— cuando no estén intentando escuchar.

Sin embargo, por una razón u otra, la plática que tenían pendiente se retrasaba, y por la tarde, Aziz los regresó a su edificio con un parlanchín París de copiloto. De nuevo.

París también fue el que entró al edificio gritando un saludo y se dirigió primero hacia el apartamento de los ancianos para comprobar su estado. Los demás le siguieron, excepto por Luján, que notaba algo extraño en su bolso.

Como de costumbre, llevaba las cartas en una bolsa sellada, pero por la forma en que se sacudía, no sólo pretendían ser liberadas, sino que conseguían mover todo el morral.

Luján miró de reojo hacia atrás, notó que el resto oía a la señora Jo y abrió la bolsa.

Fue la única vez que las cartas le atacaron. Luján retrocedió trastabillando cuando un montón de ellas levitó hacia su cara, como si quisieran cortarle.

Se alejó tanto que estuvo por salir del edificio de nuevo y esto debió alterarlas más. Lo que fuese que sucedía, estaba allí. No podía marcharse aún.

Antes de que llegase a la puerta, una mano se extendió desde atrás y cubrió sus ojos. Luján se paralizó.

—Lo siento. Lo adelantaste anoche. Tienes que desatarlo ahora.

Sabía que conocía esa voz y esas palabras, aunque fuesen de una lengua que jamás había oído.

Apenas le destapó los ojos, Luján parpadeó frente a un camino de tierra.

En el edificio, había sido media tarde y hacía calor.

En ese sendero, era de noche y lloviznaba.

Luján se agachó para tantear el suelo y descubrió un conjunto de cartas extrañas dispersas por la tierra. No eran sus cartas, pero al mismo tiempo le eran muy familiares. Usaban colores dentro de la gama del marrón y los dibujos eran más simples.

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